Cine negro hippie

Oswaldo Osorio

El cine negro generalmente está asociado con la estilización y austeridad del blanco y negro, con la pulcritud y gravedad de sus personajes, también con las sombras de la noche y los bajos fondos de sofocantes metrópolis. En esta película tiene todos esos elementos, pero también los contradice sistemáticamente o, al menos, los desarrolla con unas irónicas e ingeniosas variaciones.

Las contravenciones al clásico estilo del género comienzan por su protagonista. El frío y sofisticado detective privado, heredado de la novela negra y fundado por la fina presencia de Humphrey Bogart, es cambiado aquí por un hippie desaliñado y marihuanero. Aunque también es detective privado, también con la correspondiente ambigüedad moral que define a este personaje del cine negro y también siempre en busca de la verdad y la justicia, independientemente de sus métodos.

La extravagancia de la estética hippie y sicodélica es una constante irreverencia de color frente al histórico género, así como la soleada Los Angeles y sus playas hace desaparecer del registro los acechos nocturnos y la amenazante urbe. Sin embargo, con estos personajes y en este ambiente, ubicados en las antípodas de un thriller, la trama de crimen y corrupción se desarrolla con mayor gravedad y complicaciones que las que pudo tener El sueño eterno (Howard Hawks, 1946).

Y tal vez este es el gran fallo de esta película, esa casi ininteligibilidad de la trama con todas sus aristas, subtramas y personajes. Hay asesinatos, desapariciones, secuestros, carteles de droga e infiltrados en movimientos ideológicos. Todo pasa por las manos del protagonista, ese detective a quien vemos durante casi todo el metraje tratando de dilucidar algo con las escasas pistas que tiene, y el espectador, por su parte, está más desorientado que él. Solo al final se tiene un mapa completo de toda la intrincada historia, pero esto a costa del tedio y la incertidumbre causados por una extensa trama, más complicada que compleja.

No obstante, los buenos oficios de Paul Thomas Anderson (Magnolia, Boogie Nights, Petroleo sangriento) hacen que este problema se minimice al lado de asuntos concretos, como los inteligentes diálogos, muchas situaciones divertidas y fascinantes por su construcción, así como la concepción de los personajes y su relación entre sí, en especial la que llevan el detective y un policía que lo acosa, el leitmotiv más fuerte del relato, un estimulante juego entre el cinismo hostil, el honesto insulto y el distante aprecio. 

No es una película fácil ni para todo tipo de público, pues es un relato que resulta más agradecido e inteligente para el espectador que tenga los referentes históricos del cine negro. Así mismo, aunque definitivamente esto es un problema de concepción y construcción de la historia (basada en una novela de Thomas Pynchon), es un filme que se disfruta (y se entiende) menos observándolo en plano general, pero resulta más atractivo y revelador si se miran elementos particulares o más de cerca: un personaje, una situación, una línea de diálogo o un referente al contexto cultural de la época.

Publicado el 3 de marzo de 2015 en el periódico El Colombiano de Medellín.   

   

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