Toda idea es una luz que hay que cuidar

 El director de La boda del acordeonista estrena el 7 de agosto su última película, una historia sobre un lugar y un hombre, que en realidad son dos, un filme que gusta de la contemplación y las imágenes cuidadas, pero que también toca asuntos como el amor, los ideales de las personas y la salvaguarda de la tradición.  

Por: Kinetoscopio

 

¿De dónde surge la idea para El Faro? 

En un periódico local una vez vi una noticia donde le hacían un homenaje al último vigilante del Morro de Santa Marta. La noticia decía que el hombre había vivido ahí treinta y cuatro años. Entonces me pregunté que cómo ese hombre había vivido en esa piedra todos esos años, en un lugar tan bello pero tan agreste. El periódico mencionaba a la esposa pero no decía nada de ella. Le mostré la noticia a Carlos Franco (co-guionista) y fuimos adonde este hombre, con quien hablamos largamente.  En cambio la esposa nunca nos atendió. No quería hablar ni del faro ni de los treinta y cuatro años de matrimonio ni de su esposo. Entonces esas dos visiones de la vida desde el mismo sitio nos llamó mucho la atención. 

Y pensó que ahí había una película en potencia.

Sí, porque muy rara vez pienso en una historia y luego busco una locación, sino que conversando con los personajes y con los mismos sitios se va armando la historia. Entonces a partir de ahí empezamos a construir el relato. Pero esa historia de ellos solo fue el punto de partida, porque de ellos solo dejamos insinuadas cosas y nos empezamos a preguntar por lo que pasaría si introducíamos distintos elementos a esa historia, como por ejemplo, alguien que llega a ese lugar. 

¿Luego de hacer cine desde hace casi treinta años, uno supone que se ha encontrado con muchas historias, qué hizo que esta desplazara a otras  que ya tenía identificadas, incluso con el guion escrito?

Sí, yo ya tengo varios guiones escritos, pero tal vez fue por vivir frente al sitio y porque las otras historias que tenía eran en lugares más exuberantes. En cambio ahí había más facilidad de producción y la historia me cautivaba mucho. También las historias a las que uno le mete más animo son con las que tiene más afectividad, entonces tal vez era lo que estaba pasando en ese momento conmigo, pues aunque yo tengo una gran relación con Santa Marta, nunca pensaba que me iba a quedar ahí, eso era una gran incógnita en mi vida. Que en este momento ya está resuelta, porque yo vivo prácticamente en Santa Marta. 

Entonces lo que cautivó en principio fue la historia, pero también el espacio, no solo Santa Marta sino el Morro, la isla donde está el faro. Porque la película es también la historia de ese espacio. ¿Cómo fue la negociación al escribir el guion para darle tanto protagonismo a sus personajes como a ese espacio? 

La historia inicialmente era una parte en el peñasco y otra parte en Santa Marta, pero lo de la ciudad perdió importancia porque eran unas cosas más bien anecdóticas. Yo creo que una de las preguntas que se hace uno cuando trabaja en un guion es si el espacio va a ser un decorado o si construye parte de la historia. Entonces a mí me sedujo que ese espacio también podía hablar, así que con el guionista fui definiendo una forma de dejar unas partes abiertas y no cerrar por completo el argumento, porque cuando lo cierras es como crear una valla, y entonces el espacio se vuelve un sitio donde se desarrollan unas acciones y a mí me interesaba era que el espacio de laguna forma se metiera.

Nosotros consideramos que había que dejar también el espacio abierto, o sea, si bien se puede interpretar como una cosa contemplativa, también puede ser una forma para que el espacio aportara respuestas o preguntas a lo que estaba pasando. Cuando filmaba no quería adjetivarlo o que fuera ecológico, sino que se metiera más en la subjetividad de la historia y de la mente. Por eso la película casi no tiene retoques de color, sino que fue filmada en ciertas horas que sabía que me servían para esos propósitos.

Según el planteamiento narrativo esa contemplación no solo se vio en el espacio, sino también de la vida de los personajes, no hay un afán en la narración por contar muchas acciones sino que es pausada, muy de la cotidianidad y en la tendencia que está ahora entrando fuerte a Colombia con películas como El vuelco del cangrejo, Porfirio o La Sirga. ¿Cuál era la idea en este sentido, fue la historia la que los llevó a esto o sí pensaron a priori en hacer ese tipo de cine?

Yo veo la historia de un hombre que está solo, por eso no habla con nadie, y no pensaba en otra forma de filmarlo. Desde el guion ese era el reto, la forma de trabajar esa lentitud y esa contemplación. Entonces fui encontrando cosas, porque si bien siempre hay algo contemplativo, también hay algo que está guardado, algo que no está resuelto. Pues si solo te pones a hacer planos contemplativos, al cuarto plano estás muerto. Tiene que haber algo que te estás preguntado, así no haya una causalidad de efecto directo. Yo no había pensado en una película con muchas acciones y que gran parte de lo interesante podía ser que ciertas preguntas narrativas, incluso ciertas preguntas ontológicas, se iban a resolver con ese ritmo.

El Faro no es la historia sobre un solo personaje sino que son dos que se vuelven uno, porque hay una transición muy bonita entre ellos. Entonces lo esencial es una idea: tal vez una dignidad o fortaleza de preservar algo de la corrupción o apropiación del exterior. ¿Cómo se planteó esta transición entre esos personajes para desarrollar esa posible idea? 

Nosotros fuimos encontrando que los dos personajes iban viviendo la misma historia. Esa transición, más a nivel objetivo, se da cuando llegamos a discutir el vestuario, cuando un personaje empieza paulatinamente a vestirse como el otro. Y ahí viene una cosa nuestra, de los cineastas y los artistas, y es que una vez que se te prende una idea, como quien prende una vela, tienes que pasar esa vela hacia el otro lado, entonces la vida se te vuelve un cuidar esa luz, tienes que mantenerla. Así que tú la podrías ver como una historia de relaciones de pareja, pero en realidad es de hombres que en algún momento creen que deben sostener y defender una creencia o un principio o cualquier cosa que tú crees que vale la pena.

¿Cuál es el papel de la Universidad del Magdalena, porque en el Festival (FICCI 53) hay tres películas (El Faro, Edificio Royal y El viaje del acordeón) que en distinta medida surgen de allí? 

Cuando yo me vinculé al Programa de cine de la universidad fue casi como embarcarme a hacer una película. Es una de esas ideas macondianas. El rector del momento le comentó al rector de la Universidad Nacional y este le dijo que ellos los asesoraban. Entonces me encargan la dirección y empiezo el proceso de traer docentes y estudiantes. Hoy aun a mí me sorprendieron los resultados, los cuales fueron primero de los estudiantes, en su participación en muestras y festivales, pero ahora es de profesores con grandes proyectos, pero apoyados por los estudiantes y por la universidad. 

¿Cuál es la clave para ese dinamismo que se dio en Santa Marta desde esta universidad? 

Cuando llegué no dije que iba a poner a hacer a esos muchachos lo que yo hago, yo quería que tuvieran docentes de diferentes tendencias, pero con propuestas interesantes, y a nivel técnico también. Y hay una cosa clave: les propuse que hicieran lo que pudieran hacer, que la historia estaba en el vecino, que no tuvieran costos de producción. Era abordar lo que tuvieran más cerca, lo que más conocían, pero profundizando en eso. Ese era mi principio fundamental. Y lo más importante, es que yo le dije al rector que compráramos un equipo básico, pero que invirtiéramos en docentes. Y la administración creyó en eso, y los estudiantes empezaron a responder. 

TRÁILER

" frameborder="0" width="560" height="315">

 

 

 

embed video plugin powered by Union Development

RECIBA EN SU CORREO LA CRÍTICA DE LA SEMANA