Nostalgia, ilusión y efecto

Por Oswaldo OsorioImage

Muy a pesar de movimientos como el naturalismo poético francés o del neorrealismo italiano, el cine siempre ha sido pura ilusión. Las imágenes que vemos en la pantalla no son ciertas, siempre son creadas por un dios-director que domina la magia de la puesta en escena y a unos actores que son muñecos de barro en sus manos. El nuevo episodio de La guerra de las galaxias (Star wars: Episode I -The phantom menace), de George Lucas, también es ilusión, por supuesto, pero no sólo esta ilusión substancial, con la que se recrea todo un universo galáctico y sus leyes y personajes, sino también una ilusión como fenómeno comercial-cinematográfico, un fenómeno cimentado en su propio mito, porque el séptimo arte en éstos cien años se ha convertido en un hábil creador de mitos y éste es uno de los más célebres.

La saga y el mito

El mito de Star wars comenzó con el Episodio IV en 1977. La película terminó recaudando una cantidad que duplicaba lo que cualquier otra hubiera conseguido anteriormente y, en una de esas listas tan significativas para la industria de Hollywood, se ubica en el segundo lugar de la lista de las más taquilleras de todos los tiempos (en primer lugar, naturalmente, está una de su compadre Spielberg, Jurassic Park). Hace 22 años Lucas también logró la doble ilusión, en el pantalla y en el mercado, sólo que el público se dio cuenta de que la primera ilusión no fue suficiente para merecer la segunda y esta toma de conciencia se reflejó en el estreno del siguiente episodio, El Imperio contraataca (1980), al que no asistió ni la mitad del público que viera la primera. Igual sucedió con El retorno del Jedi (1983).

Cuando al veterano director Joseph L. Mankiewicz le preguntaron en 1982 acerca de E.T, de Steven Spielberg, respondió: “Es encantadora, aunque desde luego su rigor intelectual es igual al de Lassie”. Lo mismo se podría decir de la saga espacial de George Lucas. Independientemente de esto, Star wars creó una revolución estilística en el cine de ciencia ficción fantástica. Alguien decía de ella en su momento que “fue como mirar el primer western rodado en exteriores”. Aunque el aporte conceptual de toda la saga es pobrísimo, sus argumentos tienen graves carencias, sus personajes son de viñeta infantil y le falta resonancia emocional genuina, toda la fuerza de su propuesta está en que toma como fuentes de inspiración los más universales mitos sobre la creación y la concepción de la vida, el universo y sus leyes, desde las más antiguas mitologías hasta la Biblia. Estos atávicos esquemas son retomados con aplicación pero también con una elementalidad extrema: la lucha entre el bien y el mal, oprimidos que son bellos y bondadosos contra opresores feos y malvados; una doctrina con poderes supremos (La Fuerza Jedi); un maestro o profeta (Yoda); y por su puesto, un Mesías redentor (Luke Skywalker).

Sin embargo, la fórmula funciona a las tres mil maravillas, logrando con el tiempo dos importantes efectos: de un lado, la creación de un mito generacional y cinematográfico, algo así como las películas culto de las masas, un fenómeno de gran significación en la historia del cine porque lleva a extremos nunca imaginados aquello de que el cine es una “fábrica de sueños”, con la creación de sus universos fantásticos, su espectacularidad y haciendo realidad lo que escasamente podía ser imaginado; y de otro lado, tuvo también como efecto la virtual modificación del rumbo de la industria de Hollywood. No son pocos los que acusan al binomio Spielberg-Lucas, con sus trilogías de Tiburón, Star wars e Indiana Jones, de propiciar esa enfermedad de dólares que ahora padecen los ejecutivos de los estudios, quienes sólo quisieran ocuparse de esas películas que utilizan como materia prima los efectos visuales y que siguen los parámetros del “cine de fórmula”, porque conocen la danza de los millones que podrían bailar si logran hacer la “película perfecta”.

El cine de Hollywood sin duda se ha deteriorado en los últimos veinte años y no se puede negar que en ello ha influido, paradójicamente, el éxito de estos dos directores. La transformación ha sido tal que resulta difícil pensar cómo es posible que los mismos estudios que propiciaron la creación de películas como El ciudadano Kane, El halcón maltés, Cantando bajo la lluvia, Senderos de gloria o El apartamento, por sólo mencionar algunas, puedan ahora tener un perfil tan bajo y ajeno a ese buen cine que antes el espectador igualmente consumía en masa. Ya ésta es una queja vieja, pero no está de más repetirla. Claro que todavía nos queda el cine independiente, aunque ya también lo están domesticando.

Episodio I

La amenaza Fantasma tiene las mismas características de sus antecesoras (que son sucesoras) en lo que a la concepción y materialización de la idea se refiere: su argumento es convencional y a la larga carece de importancia por la relevancia otorgada a la acción y a la recreación visual de personajes, decorados y locaciones (todos ellos son virtuales en su mayor parte); son pocas las ideas de peso que se manejan y su dinámica narrativa oscila entre la aventura, la acción y la ciencia ficción, también un poco de humor, de drama, de suspenso y, en fin, todos los elementos necesarios para querer deleitar a un público que, por lo ilimitado, tiene toda clase de gustos que muchas veces no son compatibles entre sí.

La gran diferencia está en que hace 22 años Star wars fue una película única, original y pionera en muchos aspectos, especialmente los técnicos. Pero actualmente existen demasiadas películas con estas mismas características, baste mencionar Hombres de negro, de Barry Sonenfeld, o El quinto elemento, de Luc Besson. El mismo George Lucas dijo que “en el siglo XX el cine fue celuloide y en el siglo XXI será digital”, y todos lo saben y le apuestan a eso, incluso ha sido también este director-productor quien ha puesto al alcance de todos los realizadores esos milagros tecnológicos de su Industrial Light & Magic.

Si Star wars: La amenaza fantasma es el fenómeno comercial y cultural (también social en Norteamérica) que estamos presenciando, es sustentada en la nostalgia de los fanáticos y en la atractiva mitología de la saga (mitología que se vende en los almacenes de cadena), porque este último-primer episodio, a diferencia de los anteriores, no tiene nada nuevo que mostrar, simplemente da cuenta de una estilización y mayor perfección en el manejo de los efectos visuales, pero esto ya es una obligación en nuestros tiempos y es necesario mostrar más, pues si ya se ha alcanzado tan alto nivel en la forma, es hora de trabajarle al fondo; porque ni siquiera logra mayor efectividad narrativa, ya que parece película de principiante, que  al querer contar tantas cosas al mismo tiempo, unas resultan estropeando las otras. Los fanáticos de la saga sin duda alguna disfrutarán del Episodio I, pero ese gran mito nacido con Star wars parece que morirá con esa generación que creció con él y le dio forma, porque una película hecha a base de nostalgia y ordenador no es efectiva con las nuevas generaciones, que no conocen de lo uno y les sobra de lo otro.

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