La ética criminal de los de cuello blanco

Por Oswaldo Osorio

Si la caída de los regímenes socialistas en Europa del este y la apertura económica de la China comunista supuso el triunfo del capitalismo, esta película de Oliver Stone es la visión de un posible Apocalipsis. Incluso este término es mencionado un par de veces en esta cinta en la que, por segunda vez, el cineasta denuncia y advierte sobre los criminales manejos de la economía estadounidense y, consecuentemente, mundial. Se trata de una película que asume una posición con argumentos y por ello resulta significativa, pero deja un saldo rojo en casi todos los aspectos cinematográficos.

Es difícil encontrar un director más crítico y comprometido con los diversos problemas de los Estados Unidos desde hace un cuarto de siglo. Esto se evidencia desde su célebre trilogía sobre Vietnam (Pelotón, Entre el cielo y la tierra, Nacido el 4 de julio), pasando por sus arremetidas contra los medios (Talk Radio, Asesinos por naturaleza), la historia oficial (JFK) y el deporte (Un domingo cualquiera), hasta sus elaboradas reflexiones y cuestionamientos sobre la política y algunas de sus figuras (Nixon, Comandante, W). Es por eso que, en el mayor fortín del capitalismo, el santo dinero y su manejo tenían también que ser objetivo del ojo fiscalizador de este director. Ya lo había hecho en 1987 con Wall Street, respondiendo a la crisis económica del momento, y ahora la nueva crisis le permite hacer una segunda parte.

Partiendo del protagonista de la primera parte, Gordon Gekko, Stone pone en evidencia, más que los males cíclicos de la economía, la costosa pérdida de la memoria de los estadounidenses sobre los males que han sufrido en el pasado y cómo las mismas personas cometen los mismos errores y abusos sin que nadie se los impida. La avaricia de los hombres y las corporaciones más ricas del mundo los llevó a especular cada vez más hasta que se reventó la “burbuja”. La solución: socializar las pérdidas. La expresión misma ya es indignante.

Lo que más recalca la cinta es la total falta de ética que se ve en estas esferas y lo desprotegido que está el mundo ante esta ralea de cuello blanco (inversionistas, bancos y corporaciones), a quienes ni siquiera el gobierno puede controlar, o peor aún, el gobierno mismo los protege y rescata de sus multimillonarios fracasos, como acaba de suceder precisamente en la última crisis.

Hasta aquí todo muy bien, pues se reconoce al Oliver Stone crítico, incisivo y confrontador del sistema y sus injusticias, sin embargo, esta denuncia está soportada por un guión forzado y lleno de concesiones (un drama conyugal y otro de padre e hija que no se diferencian mucho de cualquier novelón televisivo), así como por una narrativa y concepción visual tan ordinaria, reiterativa y predecible como casi todo el cine de Hollywood.

Lejos está ese director que, además de plantear unas historias con una fuerte carga ideológica y de denuncia social y política, resultaba también toda una experiencia cinematográfica, con guiones sólidamente construidos (su carrera empezó como exitoso guionista) y una concepción visual estimulante, sobre todo en lo que tenía que ver con el dinamismo de la cámara, la expresividad de sus encuadres y el electrizante ritmo de su montaje. De todo eso, en esta última película, solo quedan vestigios y auto remedos.

Publicado el 3 de Octubre de 2010 en el periódico El Colombiano de Medellín.

FICHA TÉCNICA
Título original: Wall Street: Money never sleeps.
Dirección: Oliver Stone
Guión: Allan Loeb
Producción: Edward R. Pressman y Eric Kopeloff.
Fotografía: Rodrigo Prieto.
Reparto: Michael Douglas, Shia LaBeouf, Josh Brolin, Carey Mulligan, Susan Sarandon, Frank Langella.
USA – 2010 – 125 min.

TRÁILER
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