Desconcierto y perplejidad

Por Oswaldo OsorioImage

Tal vez la principal diferencia entre el público general y el crítico, es que el primero juzga el cine que le gusta y el segundo juzga el cine posible. Es decir, se supone que la crítica debe ser más abierta y universal con las distintas propuestas cinematográficas, debe entenderlas e identificar sus códigos para hacer sus juicios a partir de ellos. Cuando esos códigos no son correctamente usados o no funcionan bien es cuando se emite un juicio negativo, pero cuando no son claros o incompatibles entre sí, sobreviene el desconcierto. Eso fue lo que me ocurrió con esta película: desconcierto y perplejidad. 

En buena medida esa perplejidad deviene de un asunto que precede la cinta, y es el conocimiento del director coreano Kim Ki-duk y su obra original y llena de grandes imágenes y momentos. Es cierto que esta película tiene muchos de los elementos que lo han llegado a convertir en un director de culto, como la imagen que prevalece sobre el diálogo, el espíritu contemplativo y reflexivo o la espiritualidad de sus historias y personajes,  pero en este nuevo filme el uso y la lógica que determinó dichos elementos no fueron igual de afortunados.

El planteamiento del filme, como todos los suyos, es sencillo, un casi anciano convive en su bote con una joven que encontró desde niña y espera el momento para casarse con ella. Inicialmente todo funciona muy bien, o más bien, se siembra la expectativa de que con esa economía de recursos (el limitado espacio, dos personajes y sin diálogos), el director nos vaya a revelar una historia cargada de emociones e introspección y que conducirá a una verdad casi reveladora. Pero todo se queda en preparativos, porque cuando aparecen los distintos puntos de giro, cada uno se hace más desconcertante e inconsecuente que el anterior. 

El primer gran tropiezo es la dificultad del espectador para identificarse con el viejo, incluso con la joven. Su relación e intenciones durante gran parte del tiempo son apenas conjeturas y sólo se ve claramente el celo con que el viejo cuida a la joven de los pescadores que visitan el bote. La ausencia de diálogos, las acciones repetitivas y los gestos primarios no consiguen la contundencia de su película anterior (El espíritu de la pasión) que fue concebida de forma parecida.

Cuando interviene el tercer personaje, un joven que se interesa por la situación de ella, ahí sí que la historia empieza a salirse de la lógica que traía hasta entonces. A pesar de que comprueba (no sé sabe cómo después de tanto) que ella prácticamente está secuestrada, no acude a la policía y ni siquiera va acompañado, incluso permite que el viejo pase la noche con ella por primera vez juntos en la misma cama. Y de ahí en adelante su presencia se torna incomprensible por permitir y entender los fantásticos y bizarros acontecimientos finales, como si fuera la cosa más normal. 

El matrimonio, la flecha mágica y la inmaculada pérdida de la virginidad con el espíritu del recién suicidado, parecen pertenecer a otra película distinta a la que nos habían planteado durante casi todo el metraje. Ese giro forzado a lo fantástico con pretensiones de poesía romántica, pero con alusión al abuso sexual, no sólo cambia los códigos del relato sino que se antoja absurda y hasta repulsiva. Por eso, con semejantes características, la referencia a tópicos como el amor, la pasión o las relaciones afectivas queda desvirtuada por su total falta de coherencia y buen criterio.  La posible belleza o poesía sólo se podrían ver tomando el filme de manera desarticulada, no como un todo, porque aún la poesía exige una lógica y unidad consigo misma, de lo contrario, sólo se puede ver el artificio y las intenciones forzadas.

Publicado el 17 de agosto de 2007 en el periódico El Mundo de Medellín.

RECIBA EN SU CORREO LA CRÍTICA DE LA SEMANA