Un héroe discreto

Por Oswaldo Osorio Image

Hace apenas dos semanas escribía sobre una película (La rosa blanca) en la que un interrogador nazi titubeó ante la firmeza de principios de una joven de la resistencia. La vida de los otros, también una película alemana, apela a la misma idea, pero ahora en la Alemania socialista y con igual fuerza y contundencia, pero además cargada de una contenida emotividad que la hace una pieza más sutil y acabada.

Ambas películas se unen a un grupo de filmes (del que también haría parte La caída) de este país europeo que no termina de arreglar cuentas con su historia. No debe ser gratuito el interés de tantos directores por reflexionar sobre temas como la libertad y la conciencia individual, en estos casos valiéndose de la historia, pues la situación actual no deja de ser inquietante en cuanto a tensiones internas y polarizaciones ideológicas, no sólo en Alemania sino en toda Europa.

El conflicto de este filme parte del principio de “el gran hermano”, es decir, de la existencia de un estado vigilante que lo quiere saber todo de sus ciudadanos para poder mantener el control y la existencia del régimen. En esta película y en cualquier caso, a los que más se vigila y reprime es a los artistas e intelectuales, porque como se sabe las ideas son más peligrosas que las bombas. Pero el giro definitivo que le da esta película al tema, es que más que ser una historia sobre unos artistas vigilados, es sobre su vigilante. Durante todo el relato el capitán Wiesler parece sólo un personaje secundario, a la sombra de la historia de amor y opresión que vive el dramaturgo, su novia y amigos. Sin embargo, lo que nos quiere decir esta cinta nos lo dice es a través del capitán, porque es en él donde se libra la batalla entre la opresión y la arbitrariedad contra la libertad y el tranquilo individualismo.

Este personaje, interpretado con contenida eficacia por Ulrich Mühe, apenas si habla. Es un hombre gris, solitario y un poco reprimido. El escritor Alberto Fuguet decía que la clave de un régimen totalitario era reclutar hombres débiles y pusilánimes, quienes al darles poder obedecen ciega y firmemente cualquier ideología, por inhumana que sea. En principio ésta sería una buena definición de este personaje.

Lo que viene en adelante (y aquí es donde quien no haya visto el filme debe abandonar este texto), es la transformación de este hombre. Conocer íntima y cotidianamente la existencia sosegada, honesta de principios e incluso feliz de estos artistas, lo convence de que la vida y el país mismo pueden ser algo mejor, que la posibilidad de bienestar social y felicidad personal se logra más fácil con lo que estas personas hacen, no con lo que él hace. El amor, los lazos de amistad y el arte mismo lo persuaden de tal idea.

Contada con una simpleza y una sencillez visual que no está exenta de crear una atmósfera opresiva e inestable afín con el tema, el relato se dirige a un desenlace duro y emotivo, conducido por la lenta pero reveladora transformación del personaje del capitán. Ya en su epílogo, que por un momento parecía demasiado largo y que iba a ser condescendiente con los personajes y la situación, resulta justificado con un sobrio y hermosos final en el que el escritor hace un reconocimiento a su antiguo vigilante, así como la película se lo hace al discreto heroísmo de éste y muchos hombres.

Publicado el 27 de julio de 2007 en el periódico El Mundo de Medellín.

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