Las sonrisas son para las fotos

Por Oswaldo Osorio Image

El juicio más recurrente del espectador medio acerca del cine que no es de Hollywood es acusar a las películas de “lentas”. La vertiginosidad de casi todo el cine de consumo y el titilante y espasmódico discurrir de las imágenes televisivas han impuesto una tiranía del ritmo acelerado, un ritmo a partir del cual sólo se podrían contar cierto tipo de historias, con un tiempo limitado para acaso construir personajes y menos aún para recrear atmósferas. Whisky, bajo estos parámetros, no sería una película lenta sino prácticamente inmóvil.

Y precisamente, atmósferas, personajes e inmovilidad están estrechamente ligados en esta película. Estos elementos son los recursos básicos que esta pareja de directores uruguayos utiliza para contarnos una historia en la que pasa muy poco, sólo rutina, silencios y soledades. Desde los ambientes mismos en que se desarrolla están sugeridos estos sentimientos y las características de sus personajes. La decadencia y abandono de la fábrica y la casa de Jacobo son sofocantes para quienes las habitan y para el espectador mismo. Igual ocurre con el hotel en donde se hospeda el insólito trío protagónico: es inhóspito y silencioso como ellos, más parece un hospicio para desahuciados.

El peso que ejercen esos escenarios y decorados sobre el estado de ánimo de personajes y espectadores, además de lo determinantes que resultan para la historia, tiene que ver en buena medida con la mencionada inmovilidad, tanto la de la cámara como la de los personajes: la cámara contempla muda por largos periodos y los personajes hacen lo propio. Y justamente ésta fue la audaz apuesta que hicieron sus autores, decir mucho sin decir casi nada, poder trasmitir eficazmente esa soledad de estas personas, su profunda y casi inconsciente tristeza, su rutinaria decadencia y una suerte de ruina existencia, todo eso con escasos diálogos, pocas acciones y siempre una mirada cuidada y atenta .

Su argumento se reduce simplemente al encuentro entre dos hermanos, que si bien son los que suministran lo que sería el conflicto aparente (hay un malestar y un resentimiento guardado entre ambos), es el personaje de Marta (sin h) en el que se concentra toda esa tensión. Es como si durante todo el tiempo ella estuviera entre dos fuegos cruzados. Por eso ella es la que sufre las consecuencias de este (des)encuentro, ella es la verdadera derrotada al final, pues en un par de días conoce otra vida y luego la quieren obligar a volver a la de siempre.   

Sin embargo, a despecho de la soledad y tristeza de estas almas cabizbajas, es una película llena de humor. Pero su comicidad no es nada convencional, más bien es algo parecido al dead pan, ese tipo de humor  basado en la inexpresividad de los personajes, un humor sutil y minimalista, pero muy efectivo. El intercambio de regalos, por ejemplo, no sólo son dos secuencias tremendamente graciosas, sino que también, pensando ya en la construcción de los personajes, patéticas y desoladoras. 

El relato también minimalista, la cuasi inercia de los personajes y esa estática contemplación de la cámara, hace de ésta una película lúcida, original y honesta, incluso por momentos, valga decirlo, tediosa, pero no hay otra forma de dar cuenta de esa vida desganada y rutinaria. De cualquier manera, estamos ante un filme que consigue ser tremendamente sensible planteando y trasmitiendo esas atmósferas que habitan sus personajes y su desértico paisaje emocional que se antoja, al mismo tiempo, insólito, gracioso y triste.  

Publicado el 11 de noviembre de 2005  en el periódico El Mundo se Medellín.

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