Lo que desean la mujeres

Por Oswaldo Osorio Image

Cuando la iconografía del western habla de la jerarquía de sus elementos, la mujer siempre va detrás del caballo. De ello da buena cuenta el leitmotiv inicial de Los imperdonables o aquel cuento de Sam Shepard que habla de un juez que sentenciaba “por delitos menores como arrojar escorpiones dentro de la blusa de una prostituta o mayores como el robo de caballos”. Esa marginalidad histórica de la mujer, que la ha relegado a ser vista por la obra del hombre, no en su esencia misma, sino como el otro sujeto del amor o la simple materialidad idealizada de la inspiración, ha trascendido  los tiempos y apenas en este ya agónico siglo, casi al mismo tiempo que la infancia, ha sido reivindicada culturalmente. En muchos países latinoamericanos, por ejemplo, las mujeres hace cincuenta años ni siquiera podían votar.

El cine, sin embargo, se demoró un poco más para tomar con mayor seriedad a la mujer en cuanto su naturaleza femenina. Primero fueron las vampiresas de los locos veinte y luego los estereotipos instituidos por el Hollywood de las dos siguientes y doradas décadas. Sólo a partir de los años setenta, luego de la pirotécnica y emancipadora quema de sostenes, se comienzan a ver sistemáticamente verdaderas películas sobre la mujer, historias del “sexo mujeril”, como dirían los cronistas, contadas no sólo por mujeres sino también por realizadores que pretendían algún acercamiento desde su infranqueable óptica; historias ya tantas que hacer una lista de ellas sería tan dispendioso como innecesario.

Cinco mujeres

Una de las últimas películas que se ha sumado a esa larga lista es Ellas (Elles, 1997), del portugués Luis Galvao Teles, un encantador filme que nos habla de la condición femenina en los años difíciles de la mujer, aquellos en los que la madurez avanza presurosa y sin pausas hacia el inexorable crepúsculo de la vida. Para esto, Galvao Teles se vale de cinco mujeres: hermosas con todos sus años, aún expectantes ante la vida, algunas veces insólitas, otras solitarias, pero sobre todo, con uno o más deseos que bien o mal sirven para completar el sentido que le han dado a sus vidas. Incluso toda la película trata de articularse sobre la idea de un reportaje que una de ellas hace acerca de los deseos de las mujeres, pero en realidad ese hilo conductor externo no hace falta, pues el hilo son ellas mismas, su naturaleza, ese revelador retrato con cinco perfiles que se comunican entre sí por sutiles pasadizos, pintado por su director, al mismo tiempo con intimismo y desenfado.

Se trata pues de una pieza, aunque coral muy compacta, en la que historias separadas se cruzan y se influyen, historias que captan el flujo de la vida, las heridas del tiempo y la presencia de la muerte. En esas tres palabras -vida, tiempo y muerte-  se centran las preocupaciones de éstas y tal vez todas las mujeres. Es cierto que entre líneas se encuentran otras palabras también vitales, como amor, familia o felicidad, pero son más susceptibles de ser ignoradas con pragmática premeditación o de ser reemplazadas mediante algún truco engañoso.

A esa vida, a ese tiempo y a esa muerte más bien corresponden otras palabras, como ansiedad, nostalgia y miedo: Bárbara tiene miedo de morir sola, así como miedo tiene Linda, tanto de la soledad como de comprometerse con su pareja, o Branca de dejar de ser una actriz libertina para comenzar a cumplir cabalmente su papel de madre. La ansiedad también las ronda, ya por el amor de un joven como a Eva, porque sean posibles sus deseos aun más secretos o porque la vida las siga tratando, al menos, de igual forma que hasta el momento; y todas ellas sienten nostalgia, capitalizada en la mirada perdida de Chloe (a quien parece pesarle su pasado), aunque esta nostalgia no es tanto con sentido de pérdida, es más una nostalgia proyectada hacia el futuro, que mira ese presente cada vez más inasible y, sobre todo, valioso, porque está más cerca de la juventud.

Intuición femenina

Es indudable que Luis Galvao Teles ha estudiado bien el mundo de la mujer y, mejor aún, en la película supo reflejar con habilidad, con intuición femenina podría decirse, ese conocimiento adquirido, y ninguna mujer que quisiera hacerla de nuevo podría agregarle algo más, porque lo que cuenta aquí no es la feminidad sino la sensibilidad con que se captó y luego recreó el universo femenino. Para lograrlo, fue fundamental ese gran reparto elegido con acierto: Carmen Maura, Miou-Miou, Guesch Patti, Marthe Keller y Marisa Berenson, todas excelentes actrices que sin duda pusieron mucho de ellas para construir sus personajes, mujeres en el pleno sentido de la palabra y con toda esa dimensión femenina que a los hombres nos resulta tan conocida y sin embargo tantas veces tan difícil de explicar o comprender, muy a pesar de películas como Ellas.

En esta época de idolatría a lo juvenil, la película le apuesta a una historia con mujeres de verdad, que demostraron que aún están en esos momentos en que se mejora con la edad. De paso cuenta una historia emotiva, divertida y a veces reveladora, una historia que se centra en la mujer y se compromete con su mirada, sin mostrarse por eso resentida con los hombres, porque es consecuente con la premisa de que si bien el sexo opuesto y la vida misma han sido opresivos con las mujeres, su destino está determinado por su propias decisiones, más aún en estos tiempos. Por eso la película, en definitiva, es una visión optimista de este universo femenino. El cumplimiento de un deseo final nunca enunciado así lo demuestra y se insinúa un final de fábula a pesar de todo, a pesar de la inminencia de las arrugas y la muerte, del amor cada vez más escaso y difícil de mantener, de la familia que crece y se va deshojando, de la temible soledad y de la inclemencia del tiempo.

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