Un cine bien cocinado

Por Oswaldo Osorio Image

Es siempre refrescante ver cine independiente, cine como esa encantadora película que se exhibe en la ciudad titulada Big Night, dirigida por Stanley Tucci y Campbell Scott. Y cuando utilizo el término “independiente”, refiriéndome a ese cine que se hace al margen de los circuitos de Hollywood y generalmente con modesto presupuesto, soy presa del poder colonizador que la industria norteamericana ejerce hasta en los mismos términos.

Esta película obtuvo muy merecidamente el premio a mejor guión original en la última edición del Sundance Film Festival, un evento fundado por Robert Redford, especializado en cine independiente y que ha alcanzado gran prestigio dentro y fuera de Estados Unidos. Esto demuestra nuevamente que las complejas y elucubradas historias no son condición necesaria y suficiente para hacer un guión de calidad, pues la historia que sus autores (los mismos directores) nos cuentan, es tan sencilla y cautivadora como lo es toda la película: Dos hermanos, Primo y Secondo Pilaggi, llegan de Italia a Nueva Jersey en los años cincuenta para abrir un restaurante y ganarse así la vida en el país de la oportunidades. Pero el negocio no iba bien y pusieron toda su fortuna y esperanzas en una cena que ofrecerían a Louis Prima, un famoso cantante italo-norteamericano de la época.

Si fue o no Louis Prima aquella noche, o si su restaurante Paraíso (como el cinema) fue un fracaso o un gran éxito, no tiene demasiada importancia. Lo que verdaderamente le da valor a esta película es, fundamentalmente, la manera como están construidos sus personajes, la vitalidad y el cautivador encanto de la mayoría de sus escenas y, sobre todo, la manera fresca y sencilla como nos es mostrado y contado todo esto.

Primo y Secondo

En cuanto a los personajes, destacan, por supuesto, sus dos protagonistas, los hermanos Pilaggi, y en especial Primo, interpretado muy acertadamente por Tony Shalhoud. Este personaje, a pesar de ser de pocas palabras, logra transmitirnos esa suerte de sacra liturgia que puede ser para algunos el arte de cocinar y la buena mesa. Pero Primo no se podría definir exactamente como un hombre idealista, sino más bien como un cocinero excepcional con unos principios irreductibles en consecuencia con su enorme pasión por la cocina. Es un individuo de carácter fuerte y tozudo, que se transforma en un hombre sensible, casi místico, cuando de cocinar se trata, y en un torpe y tímido muchacho en el momento en que tiene ante sí a la señora florista, quien tanto le gusta.

Secondo, por su parte, encarnado con convincente sobriedad por Stanley Tucci, es el cable a tierra de su hermano, es el hombre práctico y realista que, sin embargo, hace todos los malabares posibles con el dinero para equilibrar esa concepción casi espiritual con que Primo concibe el manejo del restaurante. Y aunque se trata del esquema clásico de los dos personajes con conductas y formas de pensar opuestas pero complementarias, es precisamente la profunda y emotiva relación que se establece entre estos dos hombres, el elemento con mayor fuerza de toda la película.

Además, alrededor de ellos hay todo un concierto de personajes, sólo menos accesibles y fascinantes por el hecho de que no están presentes en toda la película: El taciturno Marc Anthony; la fiel, recursiva y siempre hermosa Isabella Rossellini; la incondicional prometida y prometedora Minnie Driver; o el “malo del grupo”, Ian Holm, todo un personaje; todos ellos, y algunos más, se encargan de complementar y dimensionar a los dos personajes principales emocional y sicológicamente, mediante las relaciones afectivas o de amistad que establecen con ellos.

Big Night no es una de esas películas en las que lo que destaca es la acción, pues aparentemente en ella no es mucho lo que pasa, salvo la “gran noche” de la cena para Louis Prima. Pero es que la acción, es decir, los cambios en el tiempo y en el espacio, la evolución de las cosas, se manifiesta, no tanto en la materialidad circunstancial, sino en otros aspectos no por menos tangibles con menor significación, como la emotividad de las situaciones, los sentimientos motrices de sus personajes, los hilos invisibles que tejen la relación de todos entre sí o los íntimos y disímiles intereses que se agazapan en cada uno de ellos.

Buen humor, emotividad, algo de drama y tragedia, personajes finamente matizados y una suculenta iconografía culinaria, son los ingredientes de este buen plato de cine titulado Big Night. Narrada de una manera sobria y atinada, sin ningún exceso, moviéndose en un espacio limitado, aunque sólo como locación (el restaurante), porque en términos de interrelaciones personales, de sentimientos y motivaciones, este espacio es mucho más amplio. Su ritmo pausado y sus diálogos inteligentes son los elementos que le dan unidad a todo el filme. Pero sobre todo, resulta memorable su final, una escena en la que el cine se despoja de todos sus artificios y condicionamientos comerciales para parecerse más a la vida, muy a pesar de aquella frase que afirma rotundamente que el cine es mejor que la vida.

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