El Amor es como una Naranja

Por Oswaldo Osorio Image

La nueva película de Mike Figgis, Tan sólo una noche (One night stand), me recordó una especie de chiste que dice que el matrimonio es como cuando uno va a un restaurante, donde creemos haber elegido el plato correcto, hasta que vemos el del vecino. Claro que eso no tiene nada de gracioso, más bien parece una tragedia, porque no se trata de otra cosa que de la decadencia del amor, o de su imperfección. Es de esto, pues, y de otras algunas cosas más, que nos habla el director de Leaving Las Vegas en su nuevo filme, una pieza de cine que conserva el tono al que ya nos está acostumbrando, estos es, historias originales y reveladoras, personajes intensos y bien logrados y atmósferas que consiguen aprehender la naturaleza humana.

Aunque estos adjetivos no corresponden por completo a su primera película, Stormy monday (1987), sí valen para Mr. Jones (1993) y, sobre todo, para Leavig Las Vegas (1996). Las cuatro películas están cruzadas por las mismas constantes: el inicio de unas muy singulares relaciones emocionales, la presencia de la muerte (o de la locura, que tal vez es peor), la presencia de un personaje central que no tiene casi nada en común con el medio que lo rodea, el retrato de sutiles matices de la conducta humana y la música, ese jazz tozudo e hiperactivo que sale de la trompeta del mismo Mike Figgis, músico ante todo, viejo amigo de los Roxy Music.

Tan sólo una noche comienza de manera desconcertante, Wesley Snipes, ese príncipe negro de rudos filmes que aquí nos muestra su otra cara como actor, nos habla a nosotros, a los espectadores, nos obliga a participar en su historia, rompe la mágica distancia del cine y nos sitúa con él en una calle neoyorquina camino a visitar a un amigo suyo con SIDA. Nos lleva de la mano pero, salvo un ligero guiño más adelante, se olvida por completo de nosotros, pero no importa, porque ya cumplió su cometido, ya somos él, Max, un exitoso publicista de Los Ángeles, casado y con dos hijos, que pasará una noche de más en la gran manzana, una noche que cambiará su vida.

La Incertidumbre del Amor

En las historias de cine siempre están presentes las casualidades, tienen que estarlo, porque de lo contrario la historia se dispersaría sin unidad en infinitos personajes y situaciones. Esta película está llena de ellas, son el pretexto de su director y guionista para mostrarnos lo que quiere, para contarnos la historia que realmente le interesa, la de los sentimientos y las emociones, la de las relaciones de pareja tratando de asir la pelota caliente del amor, la del amigo a punto de morir y el rito, ya tan común en nuestros días, que se realiza en torno a esas muertes anunciadas.

Por estas casualidades Wesley Snipes conoce a Natassia Kinski, con su belleza luminosa y misteriosa. Pero no por casualidad pasan la noche juntos. Entre ellos opera lo que han dado por llamar la “química”. Y el espectador siente esa química, las imágenes y los diálogos concebidos por su director logran transmitirla, pero sobre todo, las buenas interpretaciones de los dos actores. Mike Figgis siempre ha tenido gran reputación de conseguir buenos registros de sus actores, no es gratuito que estrellas como Melanie Griffith, Nicholas Cage o Richard Gere actúen para él por casi nada.

Una noche con la Kinski y la vida de Max se trastorna parcialmente, por la culpa, por la incertidumbre: ¿Encontró a una mujer que le gusta más que su esposa, con quien es ya muy feliz? Pero su vida se trastorna por completo cuando la vuelve a ver, a la Kinski, por una de esas casualidades. Entonces la incertidumbre es mayor, porque si se supone que la mujer con quien está casado es el amor de su vida ¿Quién es esa otra mujer? Está la familia y la promesa de amor, claro, pero ¿Cómo saber cuál es nuestro verdadero amor, con el que contrariemos su negada eternidad? Está la maquinita inventada por los japoneses, esa que pita cuando alguien compatible a nosotros está cerca. Sólo que se perdería mucho la gracia del asunto, pero, entonces, ¿Hay que vivir con la incertidumbre?

Entonces para Snipes y la Kinski se evidencia la crisis de esas relaciones que parecían estables, la crisis de los sentimientos que alguna vez fueron muy fuertes. El amor se agota, bien lo decía Edgar Lee Masters en una de sus lápidas: ¿Qué es el amor sino una rosa que se marchita?, y así nos lo demuestran todas las relaciones que conocemos, los que digan lo contrario están confundiendo amor con otra cosa, con la costumbre, con la resignación o hasta con los buenos modales.

Amor y Muerte

Paralelo a las vicisitudes emocionales y afectivas de estas dos parejas, está, haciéndole contrapeso, la historia de Charlie, el amigo con SIDA. Donde el amor comienza a florecer, la vida se empieza a apagar. Esta contraposición ya la habíamos visto en las anteriores películas de Mike Figgis, parece un juego, parece que quiere ser consecuente con las implacables leyes de la vida o tal vez simplemente es pesimismo, tan fértil para quien lo quiera cultivar con el abono que a diario produce la vida, especialmente con estas dos cosas: el amor y la muerte.

Por otra parte, en el trasfondo de Tan sólo una noche también hay un retrato de un grupo de yupis de los noventa, hecho sólo con unas pinceladas, pero de todas formas legible: son banales, insensibles, burdos en su aparente sofisticación y perdidos en su fatuo paraíso de éxito social y económico. Figgis toma posición con el personaje de Max y los confronta, los pone en evidencia y ellos no hacen más que resentirse ante esta actitud.

Ya son muchas la situaciones y universos que toca esta película, y eso que todavía faltaría su inesperado y juguetón final, con el cual es imposible no recordar aquella película de Eric Rohmer titulada El amigo de mi amiga (1987). Todas estas situaciones y universos son contados por Mike Figgis con imágenes sobrias y efectivas que manejan su propia estética, su propio ritmo. Figgis hace sus pausas, se explaya cuando tiene que hacerlo, por eso a veces tiende a parecer dispersa su narración y argumento.

Pero esto se ve compensado por los ambientes que logra, particularmente en los encuentros entre las dos parejas crea situaciones en las que hasta uno mismo teme respirar. Esto lo consigue por su hábil manejo de los personajes y los diálogos, a través de ellos puede transmitir esas atmósferas pesadas a las que las personas a veces se someten por lo absurda que puede llegar a ser la vida, los adultos y el amor mismo.

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