Cuando se reúnen los vivos y los  muertos

Por Oswaldo Osorio Image

Ya a nadie le da miedo ver fantasmas en el cine. Pero no verlos y saber que están ahí es una sensación igual o peor que el miedo. Ésa es la sensación que logra el español Alejandro Amenábar con esta película, en la que demuestra que los remiendos  y lagunas de sus sobrevalorados filmes anteriores (Tesis y Abre  los ojos), son cosa de su pasado de aprendiz de cineasta, porque ahora se le ve la experiencia, solidez y originalidad que le hacían falta.

Más que cine de horror, que es un género cada vez menos eficaz con  el espectador actual y que pide más prestado de otros tipos de cine, ésta es una película que crea una inquietante atmósfera y maneja un grado tensión que es más como una suerte de sobrecogimiento, el cual es producto de una gran habilidad para crear, sostener y aumentar progresivamente la intriga y una angustiosa  ansiedad. No es miedo, pero sí algo muy parecido y no  tiene nada que ver con hachas y sangre o asaltos a mansalva.

Lo único reconocible en este filme es su aparente esquema de “casas embrujadas” del que parte, pero la claustrofóbica historia de esta obsesiva y neurótica mujer, que trata de proteger a sus vulnerables hijos de la luz del  sol, acompañada de un trío de enigmáticos sirvientes, no es sólo una historia de fantasmas, sino que es, sobre todo, un relato sobre lo desconocido, sobre la incertidumbre de que algo pasa, pero a espaldas de los personajes y el espectador, quienes no pueden ver qué es lo que origina todo, pero sí sus consecuencias.

A tan pocos días de su estreno, una crítica no puede (no debe) ahondar mucho en la  complejidad y solidez de una película como ésta, pues para hacerlo, sería necesario contar ese sorpresivo y contundente final que revela de un sólo golpe todas sus virtudes y originalidad. Y es que se trata de uno de esos filmes que el turbador placer que producen al verlos es emocional la primera vez, pero la segunda o luego de conocer “el secreto”, es más intelectual.

Este texto es para describir (y recomendar) ese placer que ofrece a los sentidos ver por primera vez esta película, pero también para anunciar todo lo que se podría decir de ella cuando sea un placer para el intelecto, cuando, pasada la sorpresa, se vea en perspectiva el ingenio con que fue creada la historia y el sutil y perfecto funcionamiento de su relato. 

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