Tres Miradas al Amor

Por Oswaldo Osorio Image

Durante la primera semana del mes de agosto el Centro Colombo Americano presentará la película El Juramento (The Brothers McMullen, 1995), una pieza de buen cine independiente norteamericano, de ese que poco estamos acostumbrados a ver por nuestras salas. Se trata de una película sencilla y muy natural, incluso formalmente, pues fue rodada en 16 milímetros y sin demasiada elaboración en su producción. Es tal vez por eso que su historia y sus personajes tienen la virtud de verse más frescos y honestos, constituyéndola en una película en la que el cine se despoja de sus efectos, y casi que de su lenguaje, para parecerse más a la vida misma.

El filme está fundamentado en buena parte en la fuerza de sus diálogos y en las relaciones que se establecen entre sus personajes. Como si fuera un adelantado pupilo de Eric Rhomer -ese gran cineasta francés que tan bien ha sabido desentrañar la cotidianidad de los sentimientos-, Edward Burns nos cuenta la historia de tres hermanos y sus respectivos conflictos en torno al amor. Partiendo de las conversaciones que tienen entre ellos y de las posiciones que asumen frente a sus relaciones afectivas, el filme reflexiona sobre el amor visto desde tres puntos de vista diferentes, desde tres distintas circunstancias, todas ellas vividas por hombres y vistas a través de sus ojos: el amor y los condicionamientos religiosos, el temor a mal-enamorarse y la infidelidad.

El Amor Tiene Reglas

El menor de los McMullen es un irlandés que se toma muy en serio sus principios católicos, sus actitudes ante el amor están guiadas y normalizadas por la moral que le impone su religión, aun cuando éstas no coincidan con sus verdaderos deseos y con sus particulares circunstancias. Parece que quiere casarse, pero no está seguro si verdaderamente está enamorado; le atormenta tremendamente tener relaciones sexuales extramaritales, pero aun así lo hace; se opone categóricamente al aborto, pero siente un gran alivio cuando su novia pierde el niño por causas naturales.

A través de este personaje, y de una manera directa y elemental, pero no por eso menos eficaz, El Juramento nos describe las disyuntivas del hombre religioso, ese hombre en quien, muchas veces, su naturaleza e instintos no corresponden con sus principios morales.  Se trata de un hombre que, en la confusión de su juventud, intenta encontrar respuestas, pero su moral religiosa en lugar de orientarlo lo confunde más todavía. Pero él no reniega de esto, porque es un católico cabal y seguro de sus creencias, simplemente trata de ajustar su situación real, su ser y su querer ser, a sus preceptos morales, a su deber ser, y para esto no hay más remedio que ceder un poco de un lado y un poco del otro. Es toda una lección de vida.

El Amor Hiere

El segundo hermano tiene un problema tal vez mayor: su escepticismo ante el amor. Su madre, al quedar viuda y antes de irse a Irlanda en busca del hombre que realmente amaba,  lo deja al iniciar la película con el consejo de que nunca se case con alguien a quien no ame verdaderamente. Desde entonces, y después de aquel consejo y con ese espejo que tuvo toda su vida de una madre sufrida y un padre violento a causa de la ausencia de amor, no hace más que rehuirle a cualquier relación afectiva, con su miedo a mal-enamorarse no le da ninguna oportunidad al amor.

Edward Burns, quien además de dirigir también es el autor del guión, se reservó este papel para él mismo, y resulta evidente que es él quien habla y no su personaje, pero aun así, y paradójicamente, es el menos consistente de todos los personajes, y su particular situación, la del miedo a enamorarse, la que menor fuerza logró de las tres. Sus parlamentos, generalmente, no pasan de ser panfletarias declaraciones de macho rebelde ante el enamoramiento. Parece más bien un adolescente que se las quiere dar de duro con el amor y con las mujeres, anteponiendo para ello una poco sustentada excusa.

Indudablemente este personaje se constituye en el único punto débil del filme, ya que, a diferencia de los otros dos, no explora ni explota su situación, no devela ni cuestiona nada sobre su asunto. Incluso, es a quien menos vemos en toda la película, y es sólo al final que soluciona muy fácilmente su problema con una endeble secuencia, con la cual culmina la película, y lo hace, para acabar de ajustar, de la misma manera que lo hiciera cualquier comedia romántica: con un beso en medio de la calle. Acabo de contar el final, pero eso no tiene importancia en películas que, como ésta, no descansan sobre la anécdota de un argumento sino sobre las situaciones que nos plantea.

El Amor Cansa

Tenemos por último al hermano mayor, un hombre felizmente casado desde hace cinco años. Sólo que algún día una joven mujer le propone tener una aventura y, aunque al principio se muestra reticente a la invitación, finalmente accede, con todas las implicaciones morales y maritales que esto conlleva.

La infidelidad parece algo inevitable en algún momento del matrimonio. La actitud del mayor de los McMullen así lo demuestra, en un principio cede a la tentación, tal vez para oxigenarse, tal vez sólo para probar qué se siente o comprobar que todavía puede hacerlo con alguien que no es su esposa; luego viene el abandonarse a su delito conyugal y, por qué no, disfrutarlo, muy a pesar de algunos remordimientos morales, no tanto porque es pecado, pues no vacila mucho en mandar a Dios  “a que se joda”, sino porque su esposa es una mujer que no se merece aquello. Entonces luego, como el hijo pródigo, vuelve a las sosegadas y monótonas praderas de la relación conyugal. Se ha dado cuenta que el amor no sólo es sexo  y que esos cinco años de convivencia pesan mucho todavía. Pero además, también se ha evidenciado nuevamente la naturaleza masculina, sus dilemas frente al amor y su impotencia para mantener siempre el control de lo que llaman moralmente correcto.

Edward Burns supo muy bien ensamblar estas tres situaciones, logrando una historia donde no es tanto el argumento lo que lleva el ritmo de la narración, sino las situaciones y diálogos  originados en sus personajes. Probablemente por eso obtuvo el gran premio del jurado en el Sundance Film Festival, y con su reconocimiento logró que el cine independiente volviera sus ojos a una cinematografía menos condicionada por los thrillers y el síndrome Tarantino.

Samuel Fuller dijo alguna vez que el cine es un campo de batalla en donde se libran las emociones de la vida, y eso es precisamente la película de Edward Burns, un lugar donde tres hombres, bastante representativos de su especie, libran su batalla contra las adversidades del amor, ese poderoso enemigo que tiene como su mejor arma la misma debilidad del hombre y su eterna confusión.

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