La Fábula Cínica

Por Oswaldo Osorio Image

La industria norteamericana de cine, en especial la de Hollywood, está llena de directores irregulares en su filmografía y sospechosos en sus intenciones con el buen cine. Uno de estos directores es Barry Levinson, quien a lo largo de su carrera ha pasado con displicencia de un cine vigoroso y sensible, al más descaradamente comercial, o de proyectos personales y por completo ignorados, a películas taquilleras y oscarizables.

Con sólo unos pocos días de diferencia, han llegado a nuestra cartelera sus dos últimas películas, una prueba más de su referida irregularidad, pues son tan dispares en su calidad, como lo son las películas de Steven Segal en oposición a las de Robert Altman. La primera de ellas es Esfera (Esphera, 1998), una desafortunada e inconsistente pieza de ciencia ficción, en la que ni su reconocido director, ni su reparto de estrellas (Sharon Stone, Samuel L. Jackson y Dustin Hoffman) y menos su exitoso guionista (Michael Crichton), le sirvieron siquiera para hacerla entretenida. La otra película es Cortina de humo (Wag the dog, 1997), una cínica y original pieza que nos habla del poder de los medios, la falacia de la política y la manipulable idiosincrasia de los norteamericanos.

De Avalon a Acoso Sexual

Barry Levinson comenzó a mediados de los setenta como guionista de directores como Mel Brooks, Norman Jewison y Richard Donner. En 1982 realizó Dinner, su primera película como director, y luego vendrían títulos como The Natural (1984), El joven Sherlock Holmes (1985), Tin men (1987) y Good morning Vietnam (1987), casi todas ellas contadas en clave de comedia y realizadas con buena fortuna. Sin embargo, Levinson no pasaba de ser un director más de películas de consumo, agradables y con algunos destellos de virtuosismo.

Su lanzamiento en grande fue en 1988, cuando su película Rain man fue nominada por la Academia en nueve categorías y obtuvo cuatro estatuillas, incluyendo director. Claro que cualquier persona medianamente enterada, sabrá que esto no significa mucho. Pero para la industria sí, la cual premia a los ganadores con su sólido respaldo, una situación que no muchos han sabido aprovechar en beneficio del buen cine. Aunque no fue ese el caso de Barry Levinson (o por lo menos en un principio), pues el éxito parece haberle dado el estímulo para escribir y dirigir Avalon (1990), sin duda su mejor película, una hermosa y evocadora historia de una saga familiar de inmigrantes polacos en Estados Unidos.

Cuatro años después, y apenas con una película de transición -Bugsy, 1991- desde su mejor trabajo, realizó Acoso sexual (1995), un vergonzoso filme prefabricado para atrapar a la masa incauta y deseosa de ver carne y escándalo, aunque a la postre no se vio ni lo uno ni lo otro. Tal vez por eso, como si se hubiera dado cuenta y quisiera enmendar y expiar culpas, Barry Levinson realizó luego un trabajo más modesto y personal, titulado Jimmy Hollywood (1996), una película fresca y divertida, pero con un trasfondo de crudeza y desencanto.

Pero esta crudeza se quedó corta ante la que reveló Los hijos de la calle (1997), una película narrada con pulso firme sobre una historia de gran fuerza, lo cual se debe, en buena medida, a la novela y el guión de Lorenzo Carcaterra. Y tal vez ahí esté la clave de la irregularidad de Levinson, en las historias que elige contar y los guionistas que las llevan a cabo. Aunque aún es difícil entender cómo un director que llega a hacer unas buenas películas, luego hace otras tan malas. Igual a Barry Levinson hay muchos, como Rob Reiner, Ridley Scott o Sidney Pollack, por sólo mencionar algunos, porque la lista es larga. Aunque también hay una lista, ya no tan larga, de directores que generalmente hacen buenas películas, como Oliver Stone, Lawrence Kasdan o Martin Scorsese, aun sometidos a los mismos parámetros que rigen para ese otro club de irregulares.

Mover el perro

El hecho de que David Mamet (El Cartero llama dos veces,  Los Intocables, Hoffa), esté tras el guión de Cortina de humo, explica en parte las cualidades de esta película, en especial aquélla que más la define: el cinismo. Porque más que una película de humor, política o satírica, es una película cínica, tanto en su historia como en su tratamiento. Su argumento sigue la premisa de que si se manejan bien los hilos de la política, el espectáculo y los medios de comunicación, es posible lograr cualquier cosa en un país como Estados Unidos, desde crear una guerra inexistente o inventarse un héroe nacional, hasta encubrir un escándalo sexual o un asesinato.

Su historia se esmera en sobrepasar los límites de lo real y en hacer parecer los acontecimientos como extravagantes, pero es también evidente que este esmero es del todo consciente, pues es sabido por todos que la mejor manera de hablar sobre cosas serias y confrontarlas, sin correr ningún riesgo, es el humor, en este caso el humor negro, bien sea por la vía de la exageración, la parodia, la sátira o, lo que podríamos llamar para efectos de esta película, la fábula cínica.

La narración también hace buena gala de este cinismo, pues Mamet y Levinson, si bien nos cuentan una historia que no es verdad (aunque en realidad no se sabe hasta qué punto puede serlo), es del todo verosímil, porque las extravagancias argumentales y la naturalidad con que los personajes las encaran, se presentan en el mismo tono de principio a fin, haciéndola coherente y consecuente con su planteamiento. Pero es una verosimilitid cargada de mordacidad, pues entre líneas le dice al espectador: “Nosotros sabemos que usted sabe que esto no es verdad, pero que es posible que lo sea”.

Por otra parte, toda la película está marcada por un elemento fundamental: los giros argumentales, los cuales resultan sorprendentes, graciosos y aumentan el grado cinismo y el interés; son, además, los que le dan vitalidad al filme, pues le imprimen ritmo y enriquecen la historia, porque tienen la cualidad de ser imprevisibles e ingeniosos.

En este tono y de esta forma, es que Cortina de humo se refiere a la política, al patriotismo descerebrado y a la idiosincrasia y cultura norteamericanos, cada vez más a merced de los medios de comunicación. Todos y cada uno de estos aspectos son puestos en evidencia en la película de Levinson: la cultura CNN que es la norteamericana, , la preferencia de slogans ante las ideas, la necesidad de héroes, la primacía de la imagen sobre los hechos y del espectáculo sobre la verdad:  “si no lo vio en televisión, es que nunca sucedió”, dicen en la película, una frase que crítica la todopoderosa televisión, la cual guía la cultura del cada vez más inculto norteamericano medio, el mismo que, como si fuera poco, se cree el papá del mundo, junto con su país.

Cabe por último mencionar que, aunque está protagonizada por Dustin Hoffman y Robert de Niro, la película no permite el lucimiento de actores, porque todo el protagonismo recae sobre la historia, su tono y connotaciones, los que es en suma esta película en la que Barry Levinson, que es la cola, fue mucho más inteligente que la industria, que, naturalmente, es el perro.

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