Porque había que hacerlo

Oswaldo Osorio

Lo que podría ser una densa y complicada historia llena de jerga cibernética y de espionaje, este traductor que es Oliver Stone la expone de forma clara y envolvente por medio de un relato que cuida que lo esencial sea comunicado y reiterado, así como dicho hábilmente con los recursos de la ficción. Por eso, aunque disfrazado de biopic (biografía cinematográfica), el reconocido director vuelve con este filme a su persuasivo e impactante cine de compromiso ideológico y de denuncia política.

Desde ese descarnado y nada gentil retrato sobre George Bush (W, 2008), este cineasta no se ponía en su papel de la “conciencia estadounidense”. Ya lo había hecho, entre otras, con Platoon (1986), JFK (1991) y Asesinos por naturaleza (1994). Su premisa durante mucho tiempo fue tomar algún episodio polémico de la realidad de su país y convertirlo en una pieza de cine que exponía, cuestionaba y creaba conciencia en torno al respectivo suceso. Ahora lo vuelve a hacer con el caso Snowden.

Edward Snowden era un analista de las agencias del gobierno estadounidense que decidió revelar las prácticas de vigilancia general e indiscriminada que el estado hacía sobre toda la población nacional. Lo que Citizenfour (Laura Poitras, 2014) contó detalladamente en un cargado y complejo documental, Stone lúcidamente lo redujo a las ideas esenciales: la denuncia de esa vigilancia ilegal a los ciudadanos, las razones éticas y democráticas por las que el ex agente lo hizo, y la importancia de su acción en lo que luego fue una toma de conciencia y un freno ante tales crímenes de estado.

Como siempre, Oliver Stone no le teme a tomar partido en el planteamiento de sus temas. Pero no lo hace con maniqueísmo alguno, aunque sí sabe provocar que el espectador se identifique con el protagonista y su causa. Para esto, desarrolla cálidamente la relación de Snowden con su novia, haciéndolos parecer justamente los ciudadanos comunes y corrientes y patriotas que representan a todas esas personas a las que el gobierno está ultrajando en sus derechos y privacidad.

También como siempre, despliega sus habilidades como contador de historias y cineasta que sabe argumentar ideas, por más complejas que sean. Para hacerlo, se vale de una recursiva fotografía, y un montaje y estructura narrativa que saben cómo manejar los tonos y ritmos entre la vida personal de Snowden, su trabajo como agente y su relación con los periodistas en esa nada fotogénica habitación de hotel.

El resultado de todos estos recursos es que, luego de casi dos horas y media, termina rápidamente un relato expuesto con la claridad y lucidez de un cineasta que hace del cine político su sello distintivo, con la virtud adicional de que es un cine que no solo plantea y desarrolla unos temas de peso, sino que lo hace con la destreza narrativa de un buen contador de historias.

 

Publicado el 11 de diciembre de 2016 en el periódico El Colombiano de Medellín. 

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