La estrella más grande del mundo

Por Oswaldo Osorio Image

Está comprobado que a Milos Forman le gustan los personajes únicos, extravagantes y tan irreverentes como geniales. Películas suyas como  Sin salida (1975), Amadeus (1984) y Larry Flint (1997) lo demuestran,  así como lo demuestra este nuevo filme, el cual está basado en la vida del, no comediante, sino hombre del espectáculo Andy Kaufman. El mundo de Andy (Man on the moon, 1999) es un filme tan vital y sorprendente como su protagonista, un hombre que hizo de la provocación y el disparate un arte y un espectáculo, un hombre que siempre estaba un paso adelante del público y que por su chocante genialidad tuvo que enfrentarse al sistema, al del público y al de la televisión.

Podría decirse que esta película pudo haberla hecho otro director, porque, de un  lado, Milos Forman no es uno de esos realizadores que ha cultivado un estilo reconocible, sino que su talento parece estar en el tipo de historias y, sobretodo, de personajes que elige para recrear, muy certeramente eso sí, con su cine; y de otro lado, la fuerza y fascinante originalidad de este filme están basadas casi exclusivamente en las características de su personaje, un hombre que tenía como sueño el convertirse en alguien irrepetible, en “la estrella más grande del mundo”. En la realización de este sueño ocupó los últimos años de su vida, a finales de los setenta y principios de los ochenta, subvirtiendo el concepto de comedia, ya como stand up comedian o en los programas televisivos en que participó, especialmente en los llamados saturday night live y en la serie de televisión Taxi.

El genio demente

La esencia de Andy Kaufman y de su diez veces más chocante y extravagante alter ego, Tony Clifton, estaba en la concepción que tenían del humor: los chistes flojos, las parodias, el ridículo y ese tipo de cosas, de material dirían lo comediantes, no estaban dentro de su repertorio. Lo suyo era la innovación, la transgresión y, a veces, el absurdo. En el fondo, hacer humor para el público era lo que menos le importaba, lo que buscaba realmente era la reacción de ese público, no importa si era favorable o desfavorable, se trataba era de sacudirlo, de la risa o de la rabia. Más allá todavía, su principal objetivo parecía ser, no el de divertir al público, sino divertirse él mismo. Siempre hablaba de lo que le parecía gracioso, pero a él, y eso fue lo que lo hizo tan polémico, tan indeseable a veces, porque lo que le parecía gracioso a él muchas veces irritaba al público.

 La conciencia y el gusto de ese público que no comprendía ese concepto de humor, Milos Forman los representó por medio de los padres de Andy Kaufman, quienes asistían a los espectáculos de su hijo, ya en vivo o a través del televisor, y cada vez se mostraban más atónitos y confundidos ante lo que veían y nunca comprendían, sólo atinaban a pronunciar las palabras loco o demente. Se sabe que la locura está muy cerca de la genialidad, o lo que es algo parecido, que hay grados de genialidad o distintas formas de concebir el mundo y la vida que no son comprendidas o aceptadas por la mayoría, la cual es casi siempre obtusa, cobarde y le teme al cambio, y entonces esa genialidad es condenada y repudiada, tildada de locura. Eso le ocurrió muchas veces a Andy Kaufman.

Claro que hubo también quienes entendieron y apoyaron ese humor casi visionario, su terrorismo escénico y sus disparates como efectivos vehículos del humor. Fue un público que respondió a la confrontación, que disfrutó de lo inesperado y, por qué no, también del escándalo; incluso Kaufman logró cautivar al público con sus  proyectos más extremos y extravagantes: cuando se dedicó a la lucha libre contra mujeres y cuando se transformaba en Tony Clifton, ese individuo hilarantemente despreciable, atrevido, irreverente y que exhalaba mal gusto.

Hombre-espectáculo y nada más

Milos Forman dijo de Andy Kaufman: “Nadie conocía al Andy verdadero, puede que ni él mismo. Sospecho que interpretaba un papel cuando estaba solo en una habitación.” Este declarado desconocimiento de todas las facetas de su personaje se refleja en lo que es, tal vez, lo más cuestionable de su construcción para la pantalla: casi siempre estamos viendo al hombre ante el público, rara vez se nos muestra su cotidianidad y su mundo interior, o cuando se hace, da muy pocas pistas de lo que era su vida “normalmente”. Es cierto que resulta imposible recrear completamente la vida y naturaleza de un hombre en el cine, pero la manera como el director decidió enfocar al personaje, lo reduce muchas veces a la unidimensionalidad del hombre-espectáculo, al Andy novio, hijo, amigo o hermano nunca lo vemos.

De todas formas, y salvado ese reparo, esta biografía excéntrica contada por Milos Forman e interpretada con entrega y convicción por un inmejorable Jim Carrey, sobre ese personaje irrepetible que era Andy Kaufman, “el duende nihilista” como también era llamado,  puede resultar mayor o menor (o nada) contundente, fascinante o reveladora, en la misma medida en que el espectador se sintonice con el personaje. Si se hace parte del grupo que, como los padres de Andy, no comprenden su singular sentido del espectáculo y de lo que es gracioso, el filme no los va tocar, incluso pueden aburrirse; pero si son de aquellos que logran descodificar la extravagancia y la original provocación como sinónimo de talento y de humor, si pueden ver en este héroe erróneo y en sus contradicciones al personaje inquietante y sorprendente que es, y si, al menos, siente alguna aprensión o repudio por sus actos, habrán entrado a su mundo, que seguramente era lo que él, muy en el fondo, siempre buscaba.

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