El amor es sólo cosa de un rato

Por Oswaldo Osorio Image

Alan Rudolph dice que las historias nunca han sido demasiado importantes para él, que le importan son las emociones. Y en efecto, en Después de la pasión (Afterglow, 1998) la relevancia no la tiene su desenfadada y casi dispersa historia, sino que su atención la centra más bien en sus personajes, en las actitudes y gestos que los define, pero sobre todo, en sus incertidumbres y anhelos frustrados, en sus desgracias y la forma como cada uno asume la propia. Luego enfrenta entre sí a estos personajes, con todo y sus desgracias, y esto produce las emociones que buscaba recrear: insatisfactorias y decepcionantes, tristes y dolorosas la mayoría.

Todo esto quiere decir que se trata de una película con la marca de fábrica de este realizador, quien se diera a conocer a principio de los setenta como guionista de Robert Altman. Desde entonces no se han separado, ya Rudolph escribiendo para Altman o éste produciéndole las películas a aquél. Sus obras se parecen en que casi siempre han seguido sus instintos, más que los lineamientos de una industria que los trata como veneno de taquilla, aunque también como elixir de prestigio. Naturalmente, más al maestro que al pupilo, en ambos casos.

En veinte años y quince películas, Rudolph ha dado cuenta de un cine de narración mesurada, lleno de personajes perdidos en búsquedas interiores que tratan de asirse al mundo en que viven. Así lo demuestran películas como Choose me (1984) o Mrs. Parker and the vicious circle (1995). Claro que no todo en la obra de Alan Rudolph ha sido gravedad temática y virtud creativa, también le ha hecho el juego a la industria, ya por encargo o a causa de un desliz (no sin que esto signifique que haya salido mal librado, todo lo contrario), Made in heaven (1987) y Mortal toughs (1991) son dos ejemplos; igualmente se ha quedado a medio camino entre estos dos puntos y ha realizado piezas como la provocativa Remeber my name (1979) o ese delicioso y cínico retrato de un grupo de artistas y bohemios llamado The moderns (1988).

Maridos y esposas

En Después de la pasión Alan Rudolph, quien también escribió el guión, nos habla de dos matrimonios, uno de jóvenes y el otro con una larga historia recorrida. Pero a pesar de la diferencia de edades, las dos parejas tienen en común el desamor y, consecuentemente, una vida conyugal infeliz y llena de frustraciones. La vida de los cuatro cambia cuando, por el azar primero y por las circunstancias luego, las parejas se cruzan. Parece argumento de comedia pero, aunque a veces es inevitable que algunas secuencias resulten graciosa, son las dramáticas las que le dan el tono a todo el filme y las que marcan y le dan fuerza a los personajes.

Cruces de parejas hemos visto ya en muchas películas, y cada una ha sacado el partido que ha querido de esta particular circunstancia, al parecer tan propicia para reflexionar sobre el amor, la fidelidad y las relaciones de pareja. Eric Rohmer lo hizo juguetonamente en El amigo de mi amiga (L' ami de mom amie, 1987) y Mike Figgis lo recreó con cinismo en Tan sólo una noche (One night stand, 1998).

El intercambio marital de Rudolph es un tanto más grave, más traumático. A las dos parejas en cuestión les falta algo o han perdido algo; tanto sus relaciones como ellos mismos están vacíos, no existe ya el amor, son cuatro soledades acompañadas que escalan con desazón los días de sus vidas. Estas dos parejas son como tantos matrimonios, relaciones ya frías o envejecidas o frustradas. Rudolph con este tipo de personajes y situaciones pudo hacer un gran dramón, más aún si hubiera recreado la historia con una sola pareja. Perolo hizo con dos, y luego las revolvió, obteniendo algo inesperado, obteniendo la reacción de los cuatro personajes, les dio la oportunidad que tantos quisieran tener, aunque sea para malograrla.

No hay hijos. Y en esto parece ser muy claro el filme: lo que sostiene al matrimonio son los hijos. La joven pareja, tan fría y artificial como el decorado de su casa, discute a causa de un niño que nunca van a tener. Y la vieja pareja, desencantada y deprimente como las mediocres películas que la mujer protagonizaba, tiene en la pérdida de su hija el origen de su ya oxidada ruptura. Son los hijos los que atizan el matrimonio, no el amor, pues parece ser sólo cosa de un rato. Pero los hijos parecen ser un lazo (¿cadena?) más fuerte y duradero, el lazo que da sentido al matrimonio y a la convivencia, y si no sentido, cuando menos, sirve de polarizador.

La cámara de Después de la pasión contempla los gestos y los movimientos. La película está contada con calma, su narración no se apresura a dárnoslo todo en una secuencia, va trazando las cuatro líneas de los personajes con paciencia y mesura, detallando esos rostros pensativos y desencantados, y luego empuja esas cuatro líneas hasta un punto de encuentro, que aunque pasajero, decisivo, es el clímax de la historia, de los personajes, de sus emociones, esas por las que Alan Rudolph tanto se interesa.

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