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Por Oswaldo Osorio
Esta es una historia de amor pasada por mierda, abusos y violencia. Pero aún así una historia de amor bella, divertida y hasta con un cierto matiz fabulesco. Y es este contraste entre los temas primeros y los adjetivos mencionados luego, lo que la hizo una película “oscarizable”, con todo lo que esto significa: que será muy popular, que no se le pueden negar unas virtudes cinematográficas y que, más pocas que muchas, hace concesiones que le asegurarán el beneplácito del gran público.
¿Quiere ser millonario? definitivamente es una película de Danny Boyle, el director que nos emocionó con Tumbas a ras de tierra y nos entusiasmó con Trainspotting; el director que, aún en Hollywood, siguió siendo interesante con La playa y Una vida sin reglas; y el director que, incluso recurriendo a los más trillados esquemas del cine de género, supo hacer la diferencia con cintas como 28 días después y Sunshine. Y lo que tienen en común todas estas películas es la vitalidad y refrescante ímpetu con que están contadas, así como un tratamiento provocador, cuando no inquietante, de los temas que aborda, incluso una siempre estimulante concepción de sus imágenes.
En principio es el drama de unos Oliver Twist de la India, de la vieja Bombay, ahora Munbai. Tres mosqueteros niños, con toda su inocencia y desamparo, que se enfrentan al abuso y explotación de los adultos y a la voracidad de la ciudad. El truhán, el noble y la doncella, el trío perfecto para hacer una historia que recorra distintos rangos emocionales, de los más mezquinos a los más sublimes, así como distintos tonos, desde el melodrama, pasando por la comedia, hasta llegar a la aventura. Hay de “todo un poco” y es sobre todo en esto donde se hacen las mencionadas concesiones.
En el relato parecen primar los momentos de aventura que viven estos niños y los dramáticos propiciados por su enfrentamiento con el mundo y entre ellos mismos. También sería engañoso pensar que es una historia de superación por cuestiones sociales y económicas, un relato que cumple, en cuerpo ajeno, el sueño de millones de personas de salir de sus penurias económicas, de golpe y celebrado por la televisión. Pero en el fondo de todo siempre está el amor de Jamal por Latika y ésa es la motivación que lo mueve a él todo el tiempo y con él a la película.
Y el concepto de movimiento es clave en esta cinta. Su ritmo nervioso e inquieto es uno de esos elementos que más funciona con el público. Siempre están pasando cosas, siempre se está moviendo la cámara y siempre el montaje le hace el juego a toda esa actividad. Pero este exceso de movimiento no es una característica impuesta artificialmente, como ocurre con tantas películas de ahora que están enfermas de vertiginosidad y temerosas de que el espectador las abandone, sino que todo en ella está dado para que así tenga que ser: su relato fragmentado en los distintos episodios, el coro de personajes secundarios, el raudo imperativo de la supervivencia y esa caótica ciudad que lo determina todo.
Ese moviendo, los distintos episodios y el gran escenario de Mumbai también determinan otra de las virtudes de esta cinta, su fotografía. Ya Boyle había demostrado que hace de este recurso lo que debería hacer toda película, esto es, un elemento expresivo que diga tanto como los diálogos y el argumento. Porque esa vertiginosidad y ese caos que imperan en esta cinta están expresados con imágenes, con insólitos planos y una cámara excitada, así como con unas tonalidades que le dan el acabado necesario a la atmósfera de una historia que podría ser casi todo el tiempo mirada como un opresivo drama, pero que con esas imágenes dirige más las sensaciones hacia la fábula que termina siendo. Una fábula alegre, divertida y emocionante donde termina triunfando el amor, en lo único que vale la pena ser millonario.
Publicado el 6 de marzo de 2009 en el periódico El Mundo de Medellín.
FICHA TÉCNICA
Título original: Slumdog millionaire
Dirección: Danny Boyle.
Género: Drama, comedia, romance.
Guión: Simon Beaufoy; basado en la novela "Q & A" de Vikas Swarup.
Producción: Christian Colson.
Música: A.R. Rahman.
Fotografía: Anthony Dod Mantle.
Montaje: Chris Dickens.
Reparto: Dev Patel, Freida Pinto, Madhur Mittal, Anil Kapoor, Irrfan Khan.
UK - 2008 - 120 min.
Oswaldo Osorio
Esta es una película de trámite. Empieza cuando les ordenan a los protagonistas que entreguen una carta y termina cuando lo hacen. No hay trama, solo un recorrido del punto A al B. La cuestión es si en medio de eso dice algo con algún significado más allá del trámite, si plantea ideas o emociones que no sean las obvias en un relato de guerra y supervivencia. En esta pieza hay grandes dudas de si eso ocurre, aunque de lo que no hay dudas, es del virtuosismo del director para llevar a cabo este recorrido, sin embargo, ¿Eso es suficiente?
Sam Mendes hasta ahora ha sido un director infalible. Desde sus películas de corte independiente (Revolutionary Road, Away We Go) hasta las que hacen parte de la saga de James Bond (Skyfall, Spectre), sus relatos son precisos, eficaces y muy expresivos visual y narrativamente. La diversidad de temas y géneros que ha abordado en su filmografía no permite hablar de él como un autor con un estilo o un universo definidos, pero sí como uno de los grandes artesanos de las últimas décadas, por la elocuencia y belleza que logra contando historias con imágenes en movimiento.
En este filme, durante la Primera Guerra Mundial dos soldados ingleses son comisionados para entregar un urgente mensaje, lo que requiere una peligrosa travesía. Y efectivamente, los obstáculos, amenazas y atentados en su contra son frecuentes, o más que eso, son el cuerpo del relato, el cual prácticamente se limita a la premisa de la supervivencia (el conflicto narrativo más fuerte que existe) y de la que depende el objetivo último de la historia.
La fuerza de la película y donde puede estar el valor diferencial en relación con otras películas bélicas, es la expresividad visual y cinética al dar cuenta de esa travesía en medio de las adversidades. Aunque no se trata de algo inédito, ya otros títulos (Salvando al soldado Ryan, La delgada línea roja, Enemigo al acecho, Dunkerke) han mostrado la guerra con registros equivalentes, aun así, Sam Mendes y su fotógrafo, Roger Deakins, haciendo del plano secuencia su recurso base, consiguen unas imágenes de gran vigor narrativo y estético.
Pero bueno, de imágenes bonitas y potentes está lleno el cine. El asunto es que si una película solo tiene esto, escasamente dará de comer a los espectadores más formalistas; además, si un filme bélico apenas dedica un par de minutos en algunos altos del camino al drama y a la construcción de sus personajes, inevitablemente solo podrá, si acaso, definir arquetipos y dejar enunciada alguna idea o sentimiento, porque rápidamente se viene otra correría con su consecuente despliegue técnico y visual, por lo que, para los espectadores que buscan más que eso en una película, todo ese trámite se puede volver tedioso y vacío.
Publicado el 2 de febrero de 2020 en el periódico El Colombiano de Medellín.
Oswaldo Osorio
Uno de los más reconocidos directores franceses, con casi una treintena de películas en sus créditos, vuelve a sus 73 años con una película que está en las antípodas de su edad. Justamente el título del filme hace referencia a los años que tienen sus protagonistas, y esta edad ya lo determina todo, porque el relato es una mirada a todas esas angustias, inseguridades, deseos y pulsiones que experimentan los adolescentes en esta etapa de su vida.
Damien y Thomas estudian juntos y comparten lo que parece ser un odio mutuo. La película no se afana en explicar las razones de su animadversión, por eso en su primera hora es como si tuviera las mismas características de sus adolescentes: impredecible e irregular, explosiva y aletargada, sin explicaciones concretas ni intenciones de definir sus objetivos.
Por eso es una obra con la que hay que tener disposición y paciencia, las cuales luego se verán recompensadas con el paulatino crecimiento de una historia llena de facetas y de gran diversidad de registros, desde la fuerza de un drama con hondos conflictos internos y de relaciones personales, pasando por desenfadados momentos alentados por el humor y la alegría de vivir, hasta emotivas situaciones y sentimientos que es hacia donde finalmente se dirige todo el relato y la construcción de sus personajes.
La película sabiamente crea entre sus dos protagonistas una antítesis que termina siendo complementaria: uno vive en la ciudad, es sociable y le va bien en el colegio, mientras el otro vive en contacto con la naturaleza, no se relaciona con nadie y parece tener problemas de aprendizaje. En medio de esto está la madre de uno de ellos, que funciona como el tercer protagonista y es quien cataliza la relación entre estos dos jóvenes.
De manera que la trama hace un movimiento pendular entre las personalidades, problemas y deseos de estos dos jóvenes, así como entre su relación de amor y odio, que se va transformando poco a poco con unos matices que el director sabe ir introduciendo con sutileza y que le van dando sentido a toda la historia. Y en cierta forma, como motor de ese péndulo, está la calidez y buen criterio de la madre, lo que la convierte en un personaje entrañable y de gran significado para ideas que rondan el contexto del filme, como la familia, la comprensión y la generosidad en las emociones y los sentimientos.
Se trata de una película que parece imperfecta en ciertos sentidos, especialmente en su cohesión narrativa durante la primera parte del relato, pero poco a poco va adquiriendo una fuerza y solidez que evidencian la madurez de un director que conoce muy bien las posibilidades expresivas del cine y todas las ideas que puede poner en juego sin caer en obviedades ni seguir fielmente las reglas impuestas por la narrativa convencional.
Publicado el 23 de octubre de 2016 en el periódico El Colombiano de Medellín.
La decisión de Astrid
Oswaldo Osorio
¿Abortaría usted si supiera que su hijo va a nacer con síndrome de down? Así de simple y directo plantea esta película alemana el conflicto que debe resolver una pareja. Pero la decisión no tiene nada de simple, pues en realidad la razón de ser de todo el relato es exponer los aspectos y variables que intervienen y pueden influir en una decisión a favor o en contra de hacerlo. De ahí en adelante, arranca un viaje de altibajos éticos y emocionales para los protagonistas y el espectador.
Astrid es una comediante y Markus su apoderado, tienen ya una hija y parecen estar en el mejor momento de su vida, por lo que este nuevo hijo será una bendición. ¿Pero un hijo “imperfecto” también es una bendición? ¿Un niño en esta condición es imperfecto? ¿La posible decisión de no tenerlo se toma por el bien del niño o de los padres? Estas y muchas otras cuestiones se imponen a la pareja y a quienes les rodean. Las posiciones en favor y en contra se enfrentan, pero en últimas solo puede decidir, ni siquiera la pareja, sino la madre.
Aunque esta es otra de las grandes cuestiones: ¿Deciden los dos o solo ella? Y con esta pregunta el conflicto se extiende a ese círculo íntimo. Entonces ya parece que no es una lucha de dos sino entre los dos. Paradójicamente, para nuestro contexto, lo único que no está en entredicho es la posibilidad legal de hacerlo, pues en Alemania está permitido el aborto cuando se presenta esta eventualidad, y el noventa por ciento de las mujeres lo hace, aunque muy pocas lo cuenta, lo cual es un indicio de que, por más libre pensante que sea una sociedad, este tema siempre será sensible en términos morales.
La diferencia es que Astrid es un personaje público, de manera que es un aspecto adicional que introduce presión al conflicto. Aunque también es cierto que su condición de comediante parece gratuita y forzada. Nunca vemos en ella a una comediante en su vida cotidiana. Si querían plantear un contraste entre su drama y su oficio, es lo más incongruente de toda la historia. De acuerdo con la actitud que asume Astrid, podría tener cualquier profesión, menos esa.
En lo que sí resulta muy sólida la película es en la austeridad de su drama, algo que parece consecuente con aquella cultura, donde parece que los excesos y el melodrama, por más crítica que sea la situación, no están en el presupuesto del comportamiento. Esto contribuye a concentrarse en las implicaciones éticas y hasta prácticas de la situación. Aunque tampoco estamos hablando de una actitud fría y racional, al contrario, las emociones y sentimientos encontrados son la materia prima del relato.
Y es que tal vez la principal virtud de este filme es el equilibrio que guarda entre el drama que vive la pareja, sus allegados y especialmente la madre frente a la manera como la narración expone los distintos ángulos y posibilidades de tan penosa situación. Por eso, independientemente de la decisión que tomen, cualquier espectador saldrá tocado con este dilema e hipotéticamente se verá obligado a tomar una posición ante semejante disyuntiva.
Publicado el 31 de octubre de 2016 en el periódico El Colombiano de Medellín.