Partiendo de este universo, en esta ocasión su interés se centra, más que en el fútbol, en esa exacerbada afición que nace en algunas personas por este deporte, convirtiéndose en una suerte de catalizador, como en una forma de catarsis de una realidad no siempre agradable, cuyo denominador común es la insatisfacción. Por eso están dispuestos a sacrificar todo por esta pasión: el trabajo, su dinero, el amor o la familia.

Éste es el caso de dos hermanos, fanáticos del fútbol e incondicionales hinchas de la Selección Colombia, a quienes su pasión los lleva a afrontar situaciones extremas, donde una apuesta suicida, la muerte de un familiar y un partido definitivo, los lleva del patetismo a la emoción suprema y de la inescrupulosa desfachatez al acato respetuoso de lo que en definitiva consideran importante. Son los típicos aficionados, pero que, para efectos de la historia y el tono de comedia en que está contada, son un poco jocosos, cínicos y caricaturescos; de esta forma, es posible hacer una parodia y solapada crítica de este tipo de aficionados y su conducta, y al mismo tiempo, por qué no,  de un país que también posterga y olvida todos sus problemas a causa del fútbol y hasta de otras cosas menos importantes.

Sin ser pretenciosos en sus planteamientos, sus realizadores nos ofrecen con una historia original, contada con buen ritmo y lenguaje de cine (algo que difícilmente logran quienes vienen de la televisión) y que sabe explotar el tema y sus personajes, sin excederse ni limitarse. Pero sobre todo, logran capitalizar con fortuna uno de sus principales objetivos: el humor. Tan esquivo en nuestro cine, pues casi siempre degenera en chistes personales o intelectualoides, cuando no en chabacanería o mal gusto. Pero en Pena máxima se le apostó al humor negro (todavía más escaso en Colombia) y a partir de él se logró una película, aunque no inolvidable, sí muy graciosa, divertida e ingeniosa, que entre líneas no se olvida de dar sus puntadas críticas y reflexivas sobre este tema y sobre nuestro país.

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