Contemplar para percibir

Por: Oswaldo Osorio

El gran error del cine es el argumento, decía Fernand Léger en los años veinte cuando buscaba la abstracción en el séptimo arte. Y no es que esta película de Ruiz Navia sea abstracta, ni tampoco que no tenga argumento, pero sí es claro que no pretendía limitarse simplemente a contar una historia. Porque como Léger, que sabía que el cine podía incluso prescindir de la anécdota para expresar cantidad de sensaciones y emociones, este joven director hace una película cargada de sentidos (estéticos, emocionales y políticos) apelando a las imágenes, a la creación de atmósferas y a lo sugerido, más que a un convencional relato construido sólo a partir de acciones.

De manera que la historia que cuenta es muy sencilla: un hombre va a un pueblo del Pacífico, llamado La Barra, y permanece allí unos días esperando y observando lo poco que ocurre en el lugar. No se sabe bien qué espera, ni tampoco qué lo llevó allí –aunque se sugiere la huída por un desamor–, y mucho menos sabemos con exactitud lo que busca, pero en él es evidente una tensión latente y una expectativa que se trasmiten al espectador y al relato.

Sin la trama como motivación principal, entonces, es el estado de ánimo del protagonista, en relación con el de los demás y con ese espacio al que llega, lo que constituye, principalmente, el cuerpo de la narración, la cual dice lo que tiene que decir, más que con diálogos o con acciones, con silencios, con largos planos que confrontan a los personajes con el paisaje y con actuaciones contenidas, unas actuaciones que no están basadas en la lógica del realismo sicológico, según el cual todos los estados de ánimo tienen que ser explicados.

Sin saber con certeza de qué huye o qué busca el protagonista, lo esencial parece ser lo que encuentra en aquel lugar al que llega. En principio, sólo parece un tranquilo pueblo costero, pero su callada actitud le permite ser testigo de un drama que va más allá de la desavenencia entre vecinos. Es una tensionante confrontación entre lo vernáculo y lo extranjero, entre el paisaje natural y el progreso. El paisa (léase forastero) y Cerebro son los hombres que dan cuerpo a esta confrontación. El uno se quiere adueñar de la playa, ya poniendo empalizadas o cubriéndola con su potente música, mientras el otro defiende el orgullo nativo y el curso natural del lugar. Ambos quieren explotar el turismo, pero son sus métodos los que entran en contradicción.

En medio de esa confrontación están las mujeres, una entrañable y divertida niña y una hermosa y circunspecta joven. Ambas son la conexión del protagonista con aquel bello paisaje cargado de tensiones sociales. Pero es una relación desigual, ya sea por vía del servilismo de la niña o el carácter de objeto sexual de la joven. Esto pone en evidencia, nuevamente, la tirante correlación entre los lugareños y los de afuera. Un delicado equilibrio que eventualmente puede explotar, como parece que ocurre en el resto del país, según se ve tangencialmente en los medios de comunicación.

Pero volviendo al planteamiento inicial, todas estas relaciones y circunstancias no son narradas por una clásica trama, más bien son las imágenes y los ambientes los que cargan con lo más significativo del relato. Hay un sentido contemplativo de la imagen, pero no con intenciones preciosistas, sino que es una contemplación para la percepción, para conectarse con los estados de ánimo de los personajes, con la hostilidad y la belleza que al mismo tiempo tiene ese paisaje y con el ambiente enrarecido de los sentimientos y de las relaciones entre los personajes.

El ritmo de la narración también obedece a este espíritu contemplativo. Los largos planos fijos, los silencios y la parquedad de los personajes hacen que la historia avance con lentitud, una lentitud necesaria para percatarse de lo que hay en el ambiente pero no se ve, de lo que sienten las personas pero no lo dicen, de lo que había antes y viene después pero lo tenemos que suponer. Porque no es una película que apela a los esquemas fáciles del cine, sino que se arriesga a explorar y forzar el lenguaje del cine, para ir más allá de un argumento, para sugerir más allá del plano y de los diálogos, para exigirle al espectador que complete la película en lugar de quedarse pasivamente recibiendo y recibiendo para pronto olvidar.

FICHA TÉCNICA

Dirección y guión: Óscar Ruiz Navia
Producción: Contravía Films, Arizona Films, EFE-X Cine, M Films en asocio con Laboratorios Black Velvet.
Fotografía: Sofía Oggioni, Andrés Pineda Londoño.
Reparto: Rodrigo Vélez, Arnobio Salazar Rivas “Cerebro”, Yisela Álvarez, Andrés Castaño, Karent Hinostroza, Miguel Baloy, Israel Rivas.
Colombia – 2010 – 90 min.

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