Retrato nacional

Por Oswaldo Osorio Image

Ésta es una película muy colombiana, en el mejor y peor sentido de la palabra. Y lo es porque con ella se refrendan algunas de las características que han definido al cine nacional, como la falta de continuidad de los directores y la forma en que esto se refleja en sus películas, como las dificultades que aún se tienen para contar historias bien estructuradas y fluidas, o como el persistente interés en acercarse y tratar de comprender con el cine los males del país, esto muy a pesar de la desaprobación de muchos que insisten en el obtuso argumento de que ese cine daña la imagen de Colombia.

Para hablar de este filme es necesario empezar reseñando una paradoja. Su director, Francisco Norden, es casi una leyenda del cine nacional, sin embargo, prácticamente lo es sólo por una película que realizó hace 22 años: Cóndores no entierran todos los días. Es cierto que todo este tiempo lo ha dedicado a hacer documentales, pero apenas con El trato vino a quitarse el óxido que había acumulado para hacer ficción. Eso se evidencia mucho en este filme lleno de falencias, aunque tampoco desafortunado, que deja ver la falta de oficio de su director en este tiempo, sobre todo en lo que tiene que ver con el guión, la dramaturgia de la historia y algunas decisiones y trabajo con el reparto.

El guión, especialmente, acusa una irregular solidez y una construcción con fisuras, sobre todo en lo que tiene que ver con la intención de estructurar debidamente ese coro de personajes y situaciones, los cuales  fueron creados en torno al gran tema del narcotráfico y la corrupción mirados desde distintos frentes. La ambición de querer abarcar tanto es por momentos su mayor debilidad, aunque a la postre se obtiene un retrato general de estos complejos temas, proporcionando así un panorama que es precisamente el que construye el universo en el que se mueve John María, el personaje central. Otra cosa es que muchos de los elementos que constituyen ese universo no funcionen muy bien, como algunos personajes secundarios y las relaciones que se establecen entre ellos, o como la vocación cliché o meramente informativa de algunas escenas, que sólo sirven para hilar el argumento, no para darle la fuerza necesaria al drama de la historia o a las emociones de los personajes.

El caso es que sí funciona ese retrato general sobre unos personajes y situaciones que dan cuenta de una realidad del país. Sobre todo porque no se trata de una historia que habla de grandes acontecimientos, sino de una red de relaciones entre personas y eventos que constituyen el entramado que cruza toda la sociedad colombiana y que extiende sus hilos a ciertas instancias del exterior, como la justicia estadounidense y el periodismo y la opinión pública internacionales. Por eso no es “otra película sobre mulas y narcos”, como afirmarían muchos, tampoco es “lo que vivimos a diario”, pues el cine siempre hará la diferencia con lo que todos los días cacarean los noticieros, porque el cine cambia los datos y la información por personajes que son construidos con unas emociones y que protagonizan una historia. Por eso el cine se acerca a esa realidad y la trata de entender, pues por ahí es por donde se empiezan a solucionar lo problemas, por la comprensión de la realidad y no por reducirla sólo a un prontuario de criminales y delitos.

Se trata, pues, de una película imperfecta en muchos sentidos, que abandona al espectador por momentos (ya por algunos personajes o por la dispersión narrativa), pero al final deja un buen sabor a causa de ese universo que se propuso construir y que descarga sobre los hombros del personaje de John María y la afinada actuación de Ramíro Meneces. Es este personaje el que trata todo el tiempo de cohesionar la historia, y al final, mirándola en perspectiva, lo consigue, y lo que consigue es revelarnos una verdad del país, pero una verdad cercana y reflexiva, no una verdad de titulares de prensa.

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