La madre naturaleza

Oswaldo Osorio

Cada espacio trae consigo sus tiempos y estados de ánimo, incluso pueden determinar la configuración del carácter. Por eso la gente citadina es distinta a la del campo, o la rivereña a la de la montaña. En esta película ese espacio es una cálida región, tupida de verdor, bordeada por un cristalino río y escasamente poblada. Ante tales condiciones, sus habitantes viven en la parsimonia de la cotidiana subsistencia, mientras una cámara pacientemente los observa y, de paso, nos sorprende y ensimisma con la creación de bellas imágenes.

Helena está a punto de dar a luz, mientras su madre y su hermano se ocupan de las labores domésticas y de aprovisionamiento. Un solitario vecino construye una canoa y dice que debe estrenarla con una mujer para nunca estar solo, y unos niños juegan y dibujan en la tierra. Todo esto ocurre bajo el sedante sonido de cientos de insectos y en el sopor de un verano que está terminando y le da paso a las primeras lluvias.

Parece, entonces, que es la naturaleza la que condiciona y marca los tiempos, pero en realidad, es la mirada de este director lo que determina que dicho espacio se pueda ver de tal manera. Martín Mejía Rugeles ya había llamado la atención con su trabajo de grado de la Escuela de cine de la Universidad Nacional, titulado Od – El camino (2003), un tipo de cortometraje inédito en ese momento en el cine colombiano, lleno de belleza y poesía visual, que contrariaba y fascinaba al mismo tiempo por lo que parecía una estética europea incrustada en el campo colombiano.

De la misma manera, en Nacimiento la naturaleza y esa mirada atenta y contemplativa se conjugan para crear una sinfonía vital, de los bichos, los animales, las plantas, el follaje, el río y las personas, sobre todo esa madre gestante, con la inmensa redondez de su abdomen, que se presenta como un extraño protagonista. Una sinfonía de planos largos y cuidadas imágenes que parecen no relatar nada y a veces se confunden con los gestos y dinámicas del documental, pero en la que se impone el relato de la vida, donde no hay un conflicto evidente, solo estar y respirar.

Esa ausencia o condición periférica del conflicto es una característica de un tipo de cine de autor de nuestro tiempo. Por eso hay que tener disposición y saber asumir esta clase de relato, porque la acción, la narración y el conflicto se presentan de una forma diferente, apelando más a los sentidos, a la contemplación, la creación de atmósferas, incluso al preciosismo. Aunque todo esto no está exento de artificios, como algunos diálogos y cierto uso efectista de la música.

Finalmente, hay que destacar que esta película fue posible verla gracias al programa Forum, de la productora Mutokino, una estrategia de distribución alternativa que ha hecho posible, aunque sea en espacios y horarios muy restringidos, ver un cine nacional que tal vez no sería posible de otra manera.

Publicado 23 de septiembre el de 2018 en el periódico El Colombiano de Medellín.

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