Con el sol en la cara

Oswaldo Osorio

Cinco personajes que no tienen relación entre sí protagonizan historias de lucha cotidiana o adversidad, historias que se cruzan en una gran ciudad y que tienen como denominador común una suerte de añoranza o nostalgia por un pasado o un futuro mejor. Sin ahondar mucho en su vida anterior, el relato se concentra en unos episodios que los define como personas que lidian con la vida y fija su mirada atenta y paciente poniendo al espectador como testigo de si lo consiguen o no.

Un hombre que recién sale de la cárcel, un boxeador sin dinero, un barrendero que empieza a formar una familia, un albañil con su madre enferma y una mujer que acaba de perder a su hija son esas cinco historias de vida que el relato desarrolla alternadamente. Hay una sexta menor, la de una joven que hace sudokus y conoce al boxeador.

Todos ellos tienen algo qué resolver en sus vidas o alguna cosa les hace falta. El único que no tiene ese apesadumbramiento que le opaca el gesto es el barrendero, quien espera un hijo y, junto a su mujer y a su madre, mira con entusiasmo su futuro. Aun así, su vida no es fácil, la diferencia es ese optimismo con que encara su existencia y la promesa de futuro que viene con su hijo.

Los demás van de la tristeza al patetismo, sin tratarse tampoco de una de esas propuestas que se ensaña en sus personajes y que solo le interesa la oscuridad de estados de ánimo y los atropellos de las adversidades. En cada historia hay siempre un contrapeso que aliviana esos amargos episodios, que deja entrever posibles salidas, o al menos esperanza. Por esa razón, terminan dimensionándose las historias y sus protagonistas, porque en ese claro oscuro de los retratos que plantea hay siempre matices.

Sorprende un poco el tipo de película definido por el caleño Alexander Giraldo, quien había debutado con 180 segundos (2012), un thiller de acción sobre un planificado robo que es contado mediante la fragmentación y la discontinuidad temporal. Entre las dos películas solo coincide la presencia de tres actores (Angélica Blandón, Manuel Sarmiento, Alejandro Aguilar) y esa fragmentación, la cual es usada por razones diferentes: en la primera, para contribuir a la tensión y el suspenso propios del thriller, mientras que en esta segunda para dar cuenta de un similar estado emocional presente en seis personajes.

En el aspecto formal sobresalen el montaje y la fotografía, el uno porque sabe manejar los ritmos, así como los cambios de escenarios y personajes en medio de tantas posibilidades; la otra porque demuestra una sensibilidad para con la imagen, en especial en la composición de los encuadres y en la concepción de la luz, que tienen la versatilidad de responder al esteticismo o al realismo de cada situación.

En una cinematografía muy afanada por contar historias y muchas veces determinada por los grandes temas del país o los personajes definidos por su protagonismo en el contexto social, resulta refrescante y grata una propuesta que quiera pensar más en los personajes que en la trama, en la cotidianidad que en los acontecimientos extraordinarios, en el intimismo de las emociones que en la sucesión de acciones para construir una historia.

Publicado el 5 de septiembre de 2016 en el periódico El Colombiano de Medellín.

 

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