La leyenda de los actores que debutan y mueren

Por Oswaldo Osorio

Parece que la única forma de tener plena certeza de la existencia de una película snuff es haciéndola. Con este enunciado empiezo por la conclusión de este texto, porque no quise caer, ni hacer caer al lector, en la trampa de abordar el tema con la morbosa expectativa de una posible confirmación del fenómeno a partir de rumores o pruebas apócrifas. Aún así, tampoco hay certeza de que no exista este tipo de películas, y entre uno y otro extremo se tejen historias, se presentan variantes del género y se descubren significativas implicaciones de orden moral y mediático. Es por eso que, aún con la duda de por medio, el tema sigue siendo intrigante y perturbador.

Para empezar, una definición básica de lo que es una película snuff, propuesta por el periodista catalán Jaume Balagueró: “película, en formato cine o video, en la que se perpetran actos de violencia y de muerte con el exclusivo objeto de ser grabados”. Esta definición enuncia, no sólo lo que es la esencia del snuff, es decir, el registro visual de violencia y asesinatos reales, sino también la característica que lo hace un sub-género audiovisual como tal, que lo convierte en una práctica (real o mítica) execrable y ubica a sus autores en el singular rango de “sicópatas audiovisuales”. Esta característica es que el deseo de registrarlo todo con una cámara siempre antecede, o al menos está indisolublemente ligado, al acto violento.

Algunos asesinos en serie han grabado en video sus crímenes, pero no es snuff, pues con o sin la cámara mirando, igual hubieran cometido sus crímenes. El caso más reciente que ilustra esto ocurrió en 1998, en México, donde los hermanos Lázaro y Miguel Ángel Bouchán violaron y asesinaron a varias jóvenes, filmando únicamente la violación y maltrato de algunas de ellas con una cámara de 8 milímetros. Lázaro fue absuelto porque no fue reconocido por las víctimas, pero Miguel Ángel fue condenado a 316 años y, aunque concedió entrevistas, nunca quiso hablar de las películas.

Rumores y cine comercial

El primer antecedente reconocible sobre el cine snuff es la acusación que se le añadió a la larga lista de crímenes de Charles Manson, el líder de “La Familia”, el sicópata más celebre de los Estado Unidos desde los años sesenta y quien debe buena parte de su popularidad al sonado caso del asesinato de Sharon Tate, la esposa de Roman Polanski, por parte de algunos de sus adeptos. A Manson se le acusó de haber filmado cintas snuff y, aunque nunca nadie las vio, el rumor fue luego aceptado como verdad comprobada. No es gratuito, entonces, que este primer antecedente, como la gran mayoría de casos posteriores, haya tenido su origen en un rumor que, por la naturaleza truculenta del tema, fue tomando cada vez más fuerza. De ahí que el cine snuff se mueva entre las fronteras de la leyenda urbana y los sub-géneros cinematográficos.

Gonzalo Abril, un profesor español de teoría de la comunicación, quien tiene una especialización tan insólita como el snuff mismo, la de rumorólogo, afirma que este tipo de cine originado como un rumor perdura y crece convirtiéndose en leyenda urbana, pues usa “su misma lógica con factores muy concretos: el sexo, la violencia, la humillación y el abuso sobre los débiles, que suscitan el interés de la gente y movilizan resortes básicos en el entramado social, formando parte todo esto del tejido cultural de los medios de comunicación de masas.”

En relación con este papel de los medios en la configuración del snuff como mito, como leyenda urbana, ha sido decisivo ese cine comercial que erróneamente se ha tomado como cine snuff y del cual se pueden identificar dos vertientes: una que aborda el snuff como tema de sus tramas, que si bien es la que más ha divulgado la definición y características del género, el público asume inequívocamente como de ficción. A ella pertenecen filmes como Videodrome (David Cronenberg, 1983), Tesis (Alejandro Amenábar, 1995) y 8mm (Joel Schumacher, 1999). La otra vertiente está conformada por películas que retoman la dinámica del snuff y pasan por reales (o al menos crean la duda) ante el público. Estas películas son las que más tienen que ver con el origen del mito y con la legitimación del snuff como un fenómeno que existe verdaderamente.

Los tres principales ejemplos de esta última vertiente son Snuff (Michael y Roberta Findlay, 1974), Holocausto caníbal (Ruggero Deodato, 1979) y la serie Guinea pig (1988). La película de los Findlay, según una frase promocional, fue “Filmada en Sudamérica (Argentina) donde la vida es barata”. Originalmente se tituló Slaughter y en ella una mujer es desmembrada y asesinada. Se exhibió en Estado Unidos publicitándola como una verdadera snuff movie y por eso obtuvo un gran éxito de taquilla. Holocausto caníbal por su parte, fue rodada en la selva amazónica colombiana y tiende más al cine gore y de horror. En ella el truco de las filmaciones supuestamente encontradas tiempo después de los sangrientos sucesos, resulta muy efectivo para convencer al público de que todo aquello realmente ocurrió. Los desmembramientos y asesinatos son mucho más explícitos y, aunque las muertes humanas se logran con efectos especiales y maquillaje, las muertes animales sí son reales (¿snuff animal?). Este filme también fue promocionado afirmando que los expedicionarios fueron verdaderamente devorados vivos por caníbales, aunque luego se les vio actuando en otros filmes gore italianos.

El caso de Guinea pig ha sido mucho más determinante en la formación de la leyenda snuff. Se trata de una serie de siete cintas marginales editadas para la televisión japonesa. El segundo episodio, titulado Unbridged agony, y el tercero, con el mismo nombre de la serie, han pasado como cine snuff. En 1991 el actor Chalie Sheen llevó estas cintas al FBI convencido de que eran reales, pero allí, después analizarlas, le dijeron que lo había engañado un buen trabajo de efectos especiales.

Los dioses matan en video

Muy a pesar de que el cine snuff tenga mucho que ver con rumores y ardides publicitarios, tampoco es descabellada la posibilidad de su existencia en un mercado en el que se puede comprar órganos, niños o –éste también es un insistente rumor- ir de cacería humana a Yugoslavia (!). De historias como la del crítico chileno que dijo haber visto una cinta donde unos hombres disfrazados de payasos golpeaban brutalmente a un anciano, están llenas las publicaciones relacionadas con el tema y la internet. Así mismo, la periodista mejicana Silvia Tort, con base en información suministrada por INTERPOL, afirma que la fiscalía de Colombia tiene conocimiento de videos snuff que, con una duración entre 20 y 45 minutos, se inician con diferentes formas de tortura y culminan con la muerte violenta de menores, mujeres e indigentes, principalmente.

Igualmente, la policía italiana denunció hace poco una organización criminal rusa que torturaba y violaba hasta la muerte a menores para después difundir las imágenes en internet. Se supo de dicha organización al descubrir a varios compradores italianos de las imágenes. Este dato fue tomado del diario Estrella Digital y la agencia Efe, pero igual nadie ha visto dichas imágenes y no se sabe hasta qué punto es sólo desinformación que se originó en un “simple” caso de pedofilia, que por estos tiempos están a la orden del día en internet y, sobre todo, proveniente de los antiguos países socialistas.

En un artículo titulado The gods kill on video, publicado en un sitio web llamado snuff highway homepage, Bernardo Esquinca hace una completa reseña del libro Gods of dead, editado en 1996 y escrito por Yaron Svoray, un ex-militar israelí que recorrió el mundo investigando durante varios meses el cine snuff, para desentrañar lo que sobre él había de mito o de verdad. Esquinca asegura que, más que una investigación completamente verosímil, se trata de una crónica de los viajes y personajes con se topó Svoray en su periplo por las ciudades que visitó para hacer sus pesquisas, empezando por Bangok, la capital mundial de la prostitución y donde creyó que por lógica encontraría algo, hasta Nueva York, donde dice haber visto un video, junto con otros nueve hombres de negocios, en que una mujer suramericana es asesinada con un cuchillo mientras tiene sexo con dos hombres.

Entre Bangok y Nueva York, Svoray pasó por Belgrado, lugar en que estaba seguro encontraría la violencia y maldad que la cercanía de la guerra necesariamente propiciaba. Su contacto allí fue un productor de cine porno llamado Stephan Tomasovitch, quien le obsequió un video editado con violaciones, masacres, ejecuciones y todas esas atrocidades que –también por rumores- se le atribuyen a los soldados contra las mujeres de sus enemigos en la guerra entre servios y croatas. El valioso video, según Yaron Svoray, le fue decomisado poco después en un retén militar.

Un millón al que lo pruebe

Por cosas como el robo del supuesto video, Bernardo Esquinca dice que, si bien es lo más completo y serio que se ha escrito sobre el snuff, no cree en todo lo que dice Svoray en su libro, sobre todo porque éste deja en claro que, aunque muchos afirman haber visto películas snuff, ninguno de ellos tiene acceso a ellas o da cuenta de la manera de conseguirlas. Por eso mismo, a pesar de que desde hace más de veinte años la INTERPOL, Scotland Yard, la policía japonesa y, sobre todo, el FBI han investigado la existencia del cine snuff, nunca se ha encontrado nada o, al menos oficialmente, no hay reporte alguno sobre un caso.

Pero no sólo los organismos policiales han buscado pruebas sin ningún resultado positivo, también muchos otros, especialmente publicaciones, han intentado obtener y dar a conocer una de estas míticas y macabras piezas. La lista de quienes han ofrecido dinero a cambio de una verdadera película snuff es larga, y va desde los 250 mil dólares que ofreciera, en 1980, el director de la revista Screw, Al Goldstein, hasta la considerable suma de un millón de dólares que también prometió hace algunos años Frank Henenlautter, un director norteamericano de cine “muy brutal”. Hasta ahora nadie se ha presentado ante alguno de ellos.

Ni por conductos legales ni ilegales, entonces, se ha podido dar con una prueba real y física de la existencia de una cinta snuff. Y es que un alto porcentaje de las supuestas películas vistas han sido imágenes preparadas para lograr el efecto de realidad, y quienes ponen la mano en el fuego asegurando haber visto una, nunca lo han podido comprobar. David Cronenberg dijo alguna vez que “todo el mundo cree que existen, pero las snuff movies son un invento de unas personas que querían ganar dinero, pero luego, este invento fue utilizado con motivos políticos por grupos de presión antipornográfica.” Algo parecido argumenta el autor de un sitio gore en internet cuando afirmó que “el hecho de que exista el cine snuff es uno de los lugares donde se alimentan los censores de gore.”

Título del filme: “Violación de Ana María”

Como aclaraba al inicio de este texto, existen muchas películas que realmente han registrado actos de violencia y muerte pero que no necesariamente son snuff. Muchas de estas películas son las que han convencido a sus espectadores de que este tipo de cine existe, pero la verdad es que no califican como tal y más bien forman parte de lo que se podría considerar una lista de variaciones del cine snuff: las películas hechas por cultos satánicos, que tienen una vocación más herética que audiovisual; el llamado necrocine o videocine, que son imágenes de muertes registradas por accidente o de manera testimonial (las más conocidas son los ajusticiamientos y fusilamientos); o películas de sadomasoquismo y pornografía, en las que la violencia no es impuesta sino acordada.

De estas variaciones, la más común de todas es aquella en que las imágenes son registradas por un asesino, “sencillo” o en serie, que realiza la grabación o filmación como complemento de su delito; es el caso del pederasta canadiense asesino de jovencitas que únicamente grababa las violaciones o de los ya citados hermanos Bouchán, a quienes se les encontró una película rotulada con el título “Violación de Ana María”, escrito con la misma indolencia y gesto rutinario como si el motivo fuera “Mi primera comunión” o “Paseo a la playa”. Y es que esta variación resulta completamente lógica en una época en que registrarlo todo con una cámara, desde los actos más simples y cotidianos hasta los grandes acontecimientos, es una práctica cada vez más arraigada en la cultura y la vida social del hombre moderno. La diferencia está en que cada quién apunta el lente de su cámara hacia lo que son sus intereses y su cotidianidad. Aunque estas personas también parece que tienen sus límites morales, pues resulta muy significativa la cantidad de estas cintas que, después de registrar estupros y maltratos, fueron detenidas antes de que también grabaran los asesinatos.

Pero cuando el deleite enfermizo por registrar imágenes prevalece sobre la propensión a la violencia y al asesinato, como lo impone el cine snuff por definición, el crimen adquiere una dimensión más perversa y excéntrica, bien sea que se trate de una realidad aún improbada o de una inquietante leyenda urbana. Con la aparición del cine, y en general de todos los medios audiovisuales, se abrieron para el hombre moderno nuevas e insólitas formas de mirar el mundo, de experimentarlo y aprehenderlo, el snuff es tal vez la forma más extrema. Y mientras esté latente la posibilidad de que existan personas que realicen este tipo de películas, mucho más probable es que las haya, y en mayor cantidad, aquellas que se deleitan con estas imágenes. Porque, además, el concepto de comercio es el requisito supremo para que el cine snuff sea tal, pues asesinos hay muchos, pero menos son los que lo hacen por “pasión por la imagen” y más escasos todavía son aquellos que lo realizan para exhibirlo y ponerlo en circulación.

RECIBA EN SU CORREO LA CRÍTICA DE LA SEMANA