Máquina y sentimiento, arte e industria

Por Oswaldo Osorio

El cine es el séptimo arte no sólo porque llegó de séptimo sino porque tiene la posibilidad de contener las otras seis. Ricciotto Canudo, en su lúcido y visionario Manifiesto de las siete artes (1914), ya se daba cuenta de esta reveladora característica del cine, con lo cual no sólo lo elevaba al nivel de arte, desempantanándolo de su condición de atracción de feria, sino que con él se creaba el arte total al que desde siempre habían tendido las demás artes. Se trataba nada menos que de haber conquistado, por fin, la representación del tiempo y el espacio en una sola forma expresiva, el cinematógrafo.

No menos lúcido y visionario, Arnold Hauser en su Introducción a la historia del arte[1], escrita en 1957, vaticinaba una nueva transformación del cine, ahora en un arte superior y de élite, que necesariamente excluiría a buena parte del público que hasta entonces lo había disfrutado en su calidad de arte popular y de masas. Aunque con esto se refería, no tanto a la totalidad de la producción, sino más bien a parte de ella y a muchos de los hombres que asumirían la producción de este arte pensándolo como tal, como el arte que era. Sólo un par de años después, de la mano algunos de estos hombres,  Truffaut, Godard, Chabrol, Rivette, etc., nacía la Nueva Ola Francesa y lo que ellos mismos llamarían la “política de autor”, que no es otra cosa que la concepción de las películas por parte de directores-autores como obras de arte que privilegian la creación individual y la libertad creativa por encima de condicionamientos industriales y de género.

Arte del pueblo, popular y de élite

En el cine, más que en cualquier otra manifestación artística, la relación con el público es determinante, pues de ella depende en buena medida su supervivencia, a causa de las consabidas exigencias financieras y la disposición de recursos técnicos y humanos que una película, por modesta que sea, requiere. De esta relación con el público es que Hauser extrae su distinción entre arte del pueblo, arte popular y arte superior o de élite. En el cine, en su calidad de arte joven en comparación a todas las demás y por la sorprendente velocidad con que se desarrolló y evolucionó en su primer siglo, esta relación con el público y estas distinciones en sus características como arte, resultan particularmente interesantes y susceptibles de ser objeto de reflexión, pues se pusieron de manifiesto fenómenos y procesos nunca antes vistos en las otras manifestaciones artísticas.

El primer tipo de arte que propone Hauser, el arte del pueblo, poco tiene que ver con el cine. Este historiador lo define como “la actividad artística de los estratos carentes de ilustración, no industrializados ni urbanos”. Cada una de estas características son contrarias al séptimo arte, pues el cine es un arte urbano por excelencia (aun si cuenta historias bucólicas), su producción y difusión está estrechamente ligada a elementos y procesos de la era industrial (lo cual no le impide que llegue a las más remotas zonas), y en cuanto a la ilustración, si bien cierto tipo de cine no exige mucho a los “sujetos perceptivos”, sí lo hace con los “productivos”, pues en el arte del pueblo hay esa unificación de unos y otros. En algún momento Hauser trata de insinuar que el cine está muy cerca de ser arte del pueblo, pero para ello parte de la posibilidad de que la gente común participe de la producción de una película (en el cine documental o los cines de vocación realista) como protagonistas, como sujetos que son registrados o incluso actúan para una cámara, pero en ningún momento como quienes están tras la concepción y elaboración de ese producto artístico que es una película, lo cual siempre los excluye.

El arte popular, en cambio, es el que más se ajusta en sus características a la naturaleza del cine, en especial al desarrollo de sus primeros cincuenta años, justamente el periodo al que se refiere Hauser en su texto. Se trata, pues, de la “producción artística para un público urbano principalmente, semiilustrado y tendiente a la masificación (...) un público improductivo y pasivo artísticamente. La producción es profesional y orientada a la demanda”. El cine se define por todos estos aspectos, pero además, porque en su esencia misma subyace, más que en cualquier otro arte, ese factor que dio inicio a la popularización del arte, esto es, su reproducción mecánica. Es el cine la única de las artes que nació de un invento tecnológico, un invento que por demás consiste en reproducir sistemáticamente una realidad (real o inventada) y que adicionalmente será copiada en serie para su distribución masiva. Es en este doble carácter de arte e industria sobre el que se fundan las complejas relaciones del cine con su público y, por consiguiente, las distinciones que de él se puedan hacer sobre las tipologías que asume como arte. También es de esa doble condición que se desprende la paradoja de hacer posible crear y expresar las más sensibles y sutiles emociones a partir de artefacto mecánico que “simplemente” toma fotografías.

De otro lado, ese carácter industrial y tecnológico del cine tuvo que ser sustentado por la aparición de un público con unas características afines. Hauser propone que “el último y decisivo paso para la moderna producción de arte en masa es la mezcla de la clase media burguesa con el proletariado y la constitución de aquel cuerpo social situado entre las clases, extraño en igual medida a la burguesía y al proletariado, cuyos miembros llenan hoy lo cines.” Este público, a su vez, coincide con la práctica de un arte popular que tiene como signo distintivo “la  aparición del goce artístico como esparcimiento, el arte como medio de distracción y no de concentración, formación y meditación.”

Si bien el cine en principio fue una atracción de feria, por esta misma razón cultivó una enorme cantidad de público que no necesitaba demasiada formación para afrontar esta nueva forma, no se diga todavía artística, pero sí narrativa y comunicativa. Por su naturaleza fotográfica el cine es la forma de representación más cercana a la vida misma y era poco lo que el cine modificaba la realidad. El espectador casi siempre encuentra todo dispuesto para presenciar sin mayor esfuerzo ni prerrequisitos un relato con o sin mensaje. La imaginación y elaboración corre por cuenta de los realizadores del filme. El cine aún tenía estas características cuando esta imaginación y elaboración se fueron haciendo cada vez más complejas y cuando éste evolucionó rápidamente, como lo anunció Canudo, a una condición de arte, gracias a nombres como los de David Griffith, Charles Chaplin o Fritz  Lang. De ahí que fuera posible asistir a obras con altas cualidades artísticas, como El nacimiento de una nación (Griffith, 1914) o El gabinete del Dr. Caligari (Wiene, 1919), con la mera intención de buscar un momento de entretenimiento y disfrute social. La diversión y el arte se unían en un arte popular y la naciente sociedad de masas estaba allí para consumirlo.

Paradójicamente, muchas de estas películas que se constituyeron en los primeros hitos del cine como arte y que además fueron muy populares, pasado el tiempo se convirtieron en obras que sólo pueden ser apreciadas por un público conocedor. Un espectador actual que se emociona y se entretiene con una película como El patriota (Emmerich, 2002), no puede más que ver con tedio El nacimiento de una nación, por mencionar dos filmes afines en sus elementos constitutivos, pero por completo opuestos en su valor artístico.

Y es que para que el espectador medio actual pudiera apreciar el valor de esta segunda película, tendría que tener un conocimiento del proceso evolutivo que el cine traía en la época en que fue realizada y el aporte que hizo al cine venidero. Ese tipo de conocimientos, así como la formación del gusto mediante distintos procesos (formación académica, “consumo” frecuente de obras, reflexión sobre ellas, confrontación con la crítica, etc.), son los que exige el arte superior para ser apreciado y disfrutado debidamente. La diferencia de este arte con el popular y con el arte del pueblo comienza por su intención y su motivación al ser realizado. Dice Hauser que “el arte estricto, elevado, auténtico, que significa enfrentamiento con problemas de la vida y una lucha por el sentido de la existencia y que se nos presenta siempre con la exigencia ‘tienes que cambiar tu vida’, tiene poco que ver con el arte del pueblo, que apenas es algo más que juego y ornamento, ni con el arte popular, que nunca es más que entretenimiento y pasatiempo.”

Desde hace mucho ya el cine se encuentra en ese futuro que le auguraba Hauser, en ese estado de arte evolucionado que no sólo ha alcanzado altas cotas de calidad, ya con películas aisladas o con toda la obra de un director, sino que ha abierto esa brecha entre el conocedor y el lego que también anunciaba este historiador. Esto se puede comprobar, por ejemplo, con el hecho de que la película que para la mayor parte de críticos encabezaba la lista como mejor expresión del arte cinematográfico de todas las que se hicieron en Estados Unidos en 2002, fue Mullholand drive, de David Lynch, mientras que el espectador medio no podía menos que ver con irritado desconcierto un filme que “no entendía”. Lynch hizo una obra de arte superior, “arte estricto, elevado, auténtico”, pero que fue veneno para las taquillas, que no fue arte popular.

Pero aunque el cine, como lo presagiaba Hauser hace medio siglo, ahora es sin duda alguna un arte superior según lo suscrito por muchas películas y realizadores, también es cierto que esencialmente sigue siendo un arte popular a guisa de su vena industrial, por un lado, y por otro, de su fácil  acceso al gran público, que no sólo se encuentra con un medio que le exige poco conocimiento y reelaboración, sino que adicionalmente lo divierte y entretiene. Sólo que, por lo mismo, la característica del cine en su vertiente de arte popular es el carácter masificado y uniformado de su producción, que en últimas resulta siendo estándar y artificial.

Aunque sería un error culpar por completo de esta situación del cine sólo a quienes lo producen, porque en su favor se podría argüir que el tipo de cine que hacen obedece a los gustos del público, que es mediocre, perezoso intelectualmente y siempre quiere más de lo mismo. Sin embargo, enmarcado en una cultura de masas como lo está el cine, una de sus características, según Hauser, es que la mercancía no espera conquistar al consumidor sino que éste espera a ser conquistado y apropiado. En definitiva, se trata es de un círculo vicioso en el que ambas partes cargan con la responsabilidad, sólo que resulta difícil dilucidar en qué medida, cuándo y sobre qué aspectos en particular el uno determina al otro, porque se trata de una dinámica de acción-reacción de parte y parte que opera casi simultáneamente. La expresión más clara de esto son las famosas “funciones de ensayo”, realizadas por los grandes productores con muchas de sus películas. Estas funciones las hacen ante una muestra representativa del público objetivo, el mismo que llena unas tarjetas contestando distintas preguntas en relación con la película y asentando sus reacciones y opiniones. Como consecuencia de esta prueba es posible modificar partes sustanciales de la película, como recortar escenas, suprimir personajes o, la más frecuente, cambiar el final.

Cine de género y cine de autor

A esta tensión entre el cine como arte popular y arte superior corresponde la que hay entre cine de autor y cine de género. Pero se trata de tensiones no siempre tirantes, porque por la naturaleza del cine es posible encontrar aún obras de gran calidad que además son tremendamente populares (Todo sobre mi madre, El señor de los anillos, Kill Bill, etc.), o películas de género realizadas por directores-autores y con las características de cine de autor: La diligencia, Vértigo, Buenos Muchachos, Los imperdonables, entre muchas otras.

Y es que el arte superior contiene elementos de las clases artísticas inferiores, afirma Hauser, pero además, el arte de éstas en buena medida está constituido por elementos degradados y esquematizados de la superior. En el cine esta relación, este tráfico de elementos es todavía más común y notorio, porque el cine constantemente está creando referentes culturales, lo cuales a su vez ha retomado de otras áreas del conocimiento o de antiguas y prestigiosas  tradiciones artísticas.

Esta circulación de tópicos, recursos y elementos entre las dos clases diferenciadas de arte en el cine, se hace principalmente por la mencionada relación entre cine de autor y cine de género. Dice Hauser que “toda  forma artística tiene un elemento de estandarización, porque toda forma artística es más o menos convencional y tiene sus principios estilísticos y genéricos.” En el cine este elemento de estandarización es el cine de género, sobre el cual se sustenta buena parte de la industria del cine y sobre esta industria, como se ha dicho, se sustenta el cine mismo desde sus comienzos. El término “género” se refiere a unos tipos estables y reconocibles de discursos que en el cine operan en dos sentidos: primero, como una forma de identificar y codificar en el sistema de producción la trayectoria de un proyecto determinado; el segundo sentido tiene que ver con el reconocimiento por parte del espectador de las distintas posibilidades que le ofrece la cartelera. Un alto porcentaje del público al momento de decidirse por una película lo hace bajo los criterios que le dan sus conocimientos sobre el cine de género, pues sabe perfectamente cuál es la dinámica y características de un thriller o western, por ejemplo.

Por la insistida naturaleza del cine como arte e industria esta relación entre cine de autor y cine de género no necesariamente tiene que resultar problemática, su interrelación es frecuente, pero también la presencia de uno y otro en estado  puro es, además de muy común, necesaria. Hauser propone que “la validez de las convenciones en el arte elevado y auténtico significa que el artista puede comenzar en un punto la organización del material, con audacia. Para los productores del arte popular la convención es un aparato ortopédico.” Por eso justamente la diferencia radica no tanto en los esquemas formales o discursivos de los géneros, sino en la libertad e ingenio con que el autor los plantee y los interprete.

La diferencia, entonces, en el cine entre arte popular y arte superior, se puede identificar claramente en el caso de los géneros cinematográficos, pues para el cine en su vertiente superior, “artística”, los géneros son el punto de partida, en complicidad con el conocimiento previo del espectador, para crear y desarrollar las ideas que en realidad le interesa plantear; pero para el cine en su condición de arte popular, los géneros son la fórmula probada, el esquema conocido que le permite ir a la fija a un público que llega incluso a molestarse si le cambian las reglas. Estas reglas terminan cambiando con el tiempo, pero  con una lentitud que no deja lugar a riesgos. De todas formas, ya sea en uno u otro caso, el cine sigue siendo, entre todas las artes, en la que aún es posible encontrar una mayor cercanía, incluso una comunión, entre arte popular y arte superior, situación que deviene de esa mezcla contranatura entre máquina y sentimiento, entre arte e industria.

 

[1] HAUSER, Arnold. Introducción a la historia del arte. Barcelona, Ediciones guadarrama,  1961. 543 p.

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