Una mujer que habla de mujeres

A propósito de XIV Festival de Cine de Santa Fe de Antioquia y su tema "La mujer detrás de la cámara en el cine latinoamericano", la Revista Kinetoscopio publicó un dossier en su edición impresa dedicado a algunas de las más destacas directoras de cine de la actualidad en el mundo. Esta es una de ellas.

Por: Oswaldo Osorio

El cine sigue siendo, primordialmente, un asunto de hombres y sobre hombres. Por eso una cineasta como Jane Campion es una excepción a la regla sobre otra excepción a la regla. Y más lo es siendo de Nueva Zelanda, que aún es un país exótico para  casi todo el mundo. Pero falta más: tiene talento, reconocimiento y un cine bello, sensible y estimulante, tanto en su concepción visual como en la forma en que mira a sus personajes y universos.

A los treinta y nueve años ya había triunfado en el mundo del cine. Eso si se tienen en cuenta los dos principales referentes de lo que institucionalmente es triunfar en el cine: Para la crítica y la cinefilia, ganar la Palma de Oro en el Festival de Cannes; y para la industria, ganar el Oscar. Ambos los obtuvo con El piano(The piano, 1993), siendo la única mujer con este mérito en el evento galo y la segunda en aquel “concurso” hecho en Hollywood, donde se le otorgó estatuilla a mejor película, guion (escrito por ella) y actriz de reparto, para la joven y desperdiciada promesa de Anna Paquin.

Todas sus películas tienen como protagonistas a mujeres y no necesariamente al universo femenino, mucho menos escenarios dominados por mujeres. Al contrario, la principal característica de estas siete mujeres (si solo contamos a cada uno de los personajes centrales de sus largometrajes de ficción) es que son seres liberados de la condición femenina que les impone su tiempo y lugar.

De manera que su condición de liberadas (aunque no necesariamente libertarias) parece ser lo primero que requiere un personaje de Campion para hacerlo suyo, para interesarse por su historia. Sin embargo, es una libertad generalmente más de actitud y de mentalidad que real y plena. Pero justamente la falta de esa plenitud es lo que muchas veces mueve al personaje y se impone como uno de sus principales conflictos. Esto se puede ver sobre todo en sus personajes de época, cuando era más común que las mujeres tuvieran mayores límites, impuestos tanto por parte de la sociedad y la moral como de los hombres.

La mujer de El pianoes quien más limitada está de todas y, a la postre, quien mayor liberación consigue. Está condicionada por un matrimonio convenido, por un esposo amable pero de mentalidad básica, por su mudez y, sobre todo, por una geografía hostil y que la aísla del resto del mundo que ella conoce. Pero ella, tecla a tecla, se va liberando, va cambiando de actitud y descubriendo un mundo de sensaciones y sentimientos allá en ese confín del planeta. Es esta transformación y en medio de ese paisaje abigarrado de los bosques de Nueva Zelanda y con el piano como objeto y su música como alimento del espíritu, lo que hace de esta cinta un relato singular y apasionante, cargado al mismo tiempo de sutilezas y tempestuosos dramas. 

Hay otro requisito para ser un personaje de Jane Campion, su condición de intelectuales o su relación con el arte. En buena medida esto es lo que les permite ser liberadas, pensar de forma diferente y buscar otros caminos. Ya sea sin talento alguno, como ocurre con el díscolo personaje de Sweetie(1989), su primera película, o consagrado, como con el delicado y entrañable de Un ángel en mi mesa(An Angel at my Table, 1990), el conocimiento y el arte hacen parte de su esencia, y esa esencia es siempre lo que marca estas historias.  

 

Jane Campion

En Un ángel en mi mesa  es donde se ve esto con mayor claridad. Basada en las biografías de la escritora neozelandesa Janet Frame, esta extensa e intensiva historia (que antes la hizo como serie televisiva) es tal vez la mejor de sus películas, porque en ella y en su personaje central se encuentran todas las claves de su cine de forma fresca y contundente (es su segundo largometraje). La fragilidad de esta sensible mujer de cabellera encendida contrasta con las adversidades que le tocó afrontar en la vida, sin que en ningún momento dejara de lado la literatura, la cual fungía como su escudo ante el mundo y, al tiempo, como su lanza para abrirse paso en él.

Otra constante de estos personajes es la permanente tensión, cuando no contradicción, entre la debilidad de carácter y la fortaleza de espíritu, o viceversa. Su potente y sugestiva Humo sagrado(Holy Smoke, 1999) y la oscura y turbadora En carne viva(In the Cut, 2003) dan buena cuenta de ello. En la primera, el personaje interpretado por una temeraria Kate Winslet comienza como una mujer voluble a ideologías y lavados cerebrales, pero termina imponiendo su sexual y lúcida feminidad, protagonizando con el casi siempre provocador Harvey Keitel intensas escenas de confrontación erótica y sicológica. Mientras que en la segunda película, esta directora, además de sorprendernos eligiendo e invistiendo a la cándida y dulce Meg Ryan en un personaje áspero y algo lúgubre, tiene el pulso firme para plantear un thriller erótico con una mujer que tiene las riendas de su vida, pero que a la vez resulta vulnerada por sus decisiones, una mujer que puede ser tanto víctima como victimaria.    

Así mismo, todas ellas son mujeres dueñas de un encanto y don de gentes que define siempre sus relaciones de manera armónica y generosa con las demás personas. Por eso en casi ninguna de las historias el conflicto está representado por otros personajes. La que mejor da cuenta de esta cualidad es la protagonista de Retrato de una dama(Portrait of a Lady, 1996), no obstante, es la película más desafortunada de esta cineasta, empezando por ese don de gentes de la dama en cuestión, el cual nunca vemos, sino que los diálogos insisten en que así es. Y de esta forma es toda la película, un lánguido relato desprovisto de la fuerza y connotaciones que tiene el resto de su filmografía, incluso aquí sucumbe al facilismo de poner a un personaje, plano y maniqueo, como antagonista, siendo así la excepción a la regla planteada unas líneas atrás. Y no hay que culpar a Henry James, en quien se inspira el filme, porque son los directores quienes deciden qué historias contar y cómo hacerlo. 

Por último, todas estas características y personajes están revestidos de un halo de romanticismo, el cual muchas veces es la fuerza que las mueve, lo que las hace diferentes o lo que les salva la vida. Naturalmente, la musa del poeta romántico John Keats en Brigth Star2009) es quien mejor ostenta esta cualidad. En dicha película Campion mira a quien en manos de otros sería el protagonista (el célebre poeta) a través de los ojos y el carácter de una mujer, consiguiendo con ello un retrato sutil y sensible, sin las obviedades de las biografías cinematográficas.

No se puede terminar este texto sobre Jane Campion sin enfatizar que su cine no solo es una, a veces deliciosa y a veces turbadora, experiencia emocional e intelectual, que no oculta su predilección por auscultar el universo femenino, sino que también es una experiencia estética y cinematográfica. Sus imágenes poseen ese doble componente de sus historias y personajes, que pueden ser tan sutiles como potentes. Un ángel en mi mesaes un deleite de color, composición y puesta en escena; en El pianola luz y la cámara interesada en los detalles son dos de los muchos protagonistas; en la cinta En carne vivacrea sugestivas atmósferas con el foco, el alto contraste y la saturación de elementos en el plano; y en fin, sería de nunca acabar describir los amoríos de esta cineasta con la imagen, también de nunca acabar sería referirse, aparte de estas características y personajes mencionados, a los muchos momentos en que el cine de esta directora logra tocar al espectador, ya con una imagen, una larga secuencia sin diálogos o la filigrana de las emociones y sentimientos propios de la naturaleza femenina. 

    

 

 

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